"Alejandro Salas saltó de su cama, abrió las cortinas de la ventana y sintió que todos los rayos del sol inundaron de luz su habitación".
"Alejandro Salas saltó de su cama, abrió las cortinas de la ventana y sintió que todos los rayos del sol inundaron de luz su habitación".

Tres personajes, tres historias, tres destinos.


1

subió el volumen del televisor para escuchar con la mayor claridad posible las palabras del presidente del Congreso, José Williams. Sin querer, pestañeó varias veces y se pasó la mano por los ralos cabellos canos. Por unos segundos, pensó que quizá había escuchado mal, que el sonido que había salido del aparato se había distorsionado, que era posible que sus oídos le hayan empezado a fallar en el momento menos oportuno. Sin embargo, tuvo que aceptar la realidad cuando vio aparecer, en la parte de debajo de la pantalla, el cintillo con la noticia que no esperaba ver: “Congreso rechaza de plano propuesta de cuestión de confianza”.


-Pero no entiendo -dijo su secretaria, quien había entrado en su despacho a avisarle que Williams iba a dar una declaración.

-¿Qué no entiendes, muchachita?

-No se supone que eso era lo que usted quería.

-Sí, claro. Eso es lo que el gobierno quiere.

-¿Y usted no?

-Claro que también quiero eso. ¡Cómo voy a querer algo contrario a lo que quiere el gobierno!


La secretaria puso la mano derecha sobre su mentón, sin dejar de mirar a Torres, más que verlo, parecía estudiarlo.


-Pero yo lo conozco y usted no está contento.


Torres se permitió apenas un amago de sonrisa. En seguida, volvió a mostrar su rostro agravado.


-Te explico. Para nosotros esto es el rechazo a una cuestión de confianza…

-Pero la noticia no dice eso. La cuestión de confianza ni siquiera se puso a votación.


Torres miró a su secretaria. Pensó que de repente era más inteligente que lo que se imaginaba.


-Aquí lo que importa es que vamos a asumir que nos rechazaron la confianza.

-Entonces no entiendo. Si consiguió lo que quería, ¿por qué lo noto medio tristón?

-Es que tengo que renunciar.


La secretaria sonrió.


-Pero de qué se preocupa. Renuncie y siga en el cargo, como la vez pasada.

-Tú no entiendes, muchachita. Ahora sí es en serio.

-No lo puedo creer.

-Parece mentira, ¿no?

-Sí -dijo la secretaria-. Por fin va a hacer algo en serio.


2

saltó de su cama, abrió las cortinas de la ventana y sintió que todos los rayos del sol inundaron de luz su habitación. Estaba feliz. Todo le hacía pensar que, por fin, tal como lo venía deseando desde que empezó el gobierno, los astros se había alineado a su favor. Aníbal Torres había renunciado y el presidente debía elegir cuánto antes un nuevo premier. Sin duda, nadie había hecho más méritos que él. ¿Acaso no había sido más castillista que el propio Castillo? ¿Acaso ya casi había agotado todas las formas posibles de defenderlo de todo y de todos, menos de él mismo? ¿Acaso alguien más se ha entregado por completo al vergonzoso y obsceno arte de la lisonja presidencial? Por ello, cuando su celular empezó a vibrar, él hizo lo propio: la llamada era del mismísimo presidente Castillo.


-Aló, Alejandro.

-Señor presidente, qué gusto escucharlo -dijo, cuadrándose, como si fuera un soldado saludando a un superior.

-A mí también me da gusto escucharme.

-Dígame, señor presidente. ¿En qué lo puedo ayudar?

-Ya sabes que Aníbal tuvo que irse. No le quedó otra porque el Congreso le negó la confianza.

-No, en realidad, lo que hizo el Congreso fue…

-¿Qué dices, Alejandro?

-Que sí, que tiene razón, el Congreso ya usó una bala de plata. Ya nos negó la confianza.

-Eso mismo. Y, bueno, ahora que Aníbal se ha ido, necesito reemplazarlo con urgencia. Es algo que no puede esperar.

-Claro, le entiendo. Es algo que no puede esperar.

-Justamente por eso te llamo.

-Lo escucho, señor presidente.

-Aníbal cumplió con su papel, pero creo que sería mejor ahora tener a una persona joven en el cargo de premier. ¿Tú qué opinas?

-Estoy de acuerdo.

-Qué bueno. Entonces te hago la pregunta.

-Acepto.

-¿Aceptas qué?

-El cargo. Acepto ser premier.

-Pero yo no te he ofrecido ser premier.

-¿No?

-Claro que no.

-¿Y entonces para qué me llamó?

-Para que me des el número de Betssy. No lo encuentro por ningún lado.

-¿Betssy va a ser la próxima premier?

-Sí, ¿no te parece una gran elección?


3

Betssy Chávez llegó puntual a Palacio de Gobierno. Sentada en la oficina que hace de antesala al despacho presidencial, sacó el celular, lo miró y, casi sin revisarlo, lo volvió a guardar. Ansiosa, miró la puerta a ver si ya aparecía la secretaria. Luego, empezó a hacer una revisión mental a las eventuales razones por las que el presidente Castillo querría verla. De todas ellas, la más optimista era aquella en la que Castillo la mantenía en el gabinete, pero en otro ministerio. La otra, la peor, pero quizá la más lógica, era que el presidente la iba a dejar sin cartera. Después de todo, pesaba sobre ella una censura del Congreso y una denuncia fiscal por tráfico de influencia.


-Mira, Betssy. Te lo voy a decir directamente -dijo el presidente-. He decidido que seas el próximo premier.


La boca y los ojos de la ministra quedaron todavía más abiertos. Se puso la mano sobre el pecho y quedó en silencio unos segundos, como si estuviera contando sus latidos.


-¿Premier? ¿Yo? ¿Está seguro?

-Claro. ¿Aceptas?

-Por supuesto. Acepto encantada, pero tengo que preguntarle algo.

-Dime.

-¿Usted recuerda que fui censurada, que tengo una investigación…?

-Sí, claro, ya sé todo eso. Que has repartido puestos de trabajo a toda la familia de tu amigo.

-Bueno, algo así. ¿Eso no es problema?


Castillo no pudo contener la risa.


-Claro que no. Justamente por eso te elegí. ¿Me entiendes? Vamos a ver si el Congreso se atreve a darte la confianza.

-Espero que sí.

-Yo espero que no. Esa es la idea.

-¿O sea usted me nombra solo para provocar al Congreso?

-Sí, ¿algún problema?

-No, ninguno. Lo que usted diga, señor presidente.

-Qué bueno. Más bien, hay que definir los ministros.

-¿Puedo sugerirle a uno?

-Claro, ¿a quién quieres poner?

-Al único que no he podido ayudar.

-¿A otro familiar de tu amigo Abel Sotelo?

-No, ¿cómo se le ocurre?

-¿A otro amigo de él?

-No, mucho menos.


Castillo dio un suspiro, aliviado.


-¿Entonces a quién?

-A Abel Sotelo.