(Foto: @photo.gec)
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En algún momento, sin darse cuenta, mientras revisa las portadas de los diarios, una sonrisa aparece en su rostro y sigue ahí, estampada, pese a que los titulares y las fotos hablan de una inmensa marcha y de destrozos incalculables. Y es que ella ve más allá de la furia popular, más allá de los desmanes y mucho más allá de un presidente desvalido y sin posibilidad de recuperarse. Dina Boluarte se ve a sí misma jurando, por Dios, por la patria y por los Dinámicos del Centro, como la primera presidenta del Perú.

-Señora– dice Lucha, la empleada del hogar que acaba de ingresar a la sala-, el sastre le trajo este encargo. Dice que se olvidó de traerle el vuelto. Que en un rato viene a dejarlo.

La vicepresidenta coge el paquete, se sienta en el sillón principal y empieza a desgarrar la envoltura. El brillo de sus ojos, las manos ansiosas que se estorban a ellas mismas, la hacen parecer una niña abriendo un regalo largamente esperado. Cuando los restos de la envoltura quedan esparcidos por la alfombra, Boluarte da un suspiro y mira, satisfecha, el trabajo que había encargado.

-¿Qué es eso, señora?

Boluarte toca la tela con ambas manos, como si estuviera acariciándola. Luego, sobre sus palmas, la va estirando para que se aprecie toda su extensión.

-Es la banda presidencial -dice, sin poder evitar emocionarse.

-Entonces es verdad que usted será la presidenta.

Boluarte sonríe. Está de muy buen humor. La caída de Castillo parece cuestión de días, semanas quizá. Y -piensa- si bien le van a exigir que ella también renuncie y dé un paso al costado, no tiene por qué hacerlo. Si Vizcarra se quedó en el cargo de presidente, ¿por qué ella no?

-Señora, se va a tomar la foto como le dijo la bruja.

-No le digas así. Ella es más bien como una consejera espiritual. Dicen que es bien cumplidora.

La vicepresidenta va al cuarto y, tal cual le han aconsejado, se pone un vestido de sastre y se coloca la banda presidencial. Luego, para completar el ritual, debe tomarse una foto, imprimirla y dormir con ella tres noches seguidas. Entonces, Boluarte le da su celular a Lucha y le pide que le tome una foto. “Mejor vamos al patio”, dice la empleada, “allí hay más luz”. Boluarte se muestra de acuerdo. Al salir de la habitación casi se tropiezan con Tita, la mascota canina de la familia. La vicepresidenta se toma unos segundos para agacharse, acariciarla y darle una palmada cariñosa. Ya en el patio, estaba buscando el mejor sitio para la foto cuando suena el timbre de la casa. “Debe ser el sastre. Voy y vengo”, dice Lucha. Un minuto después regresa con otro semblante.

-Señora, señora, no es el sastre. Es su jefe.

-¿El jefe del sastre?

-No, su jefe. El suyo, el de usted pues.

-¿El presidente?

-Sí, sí, él.

Boluarte respira hondo y alza los brazos. Trata de calmarse a sí misma.

-El presidente no me puede ver con esta ropa.

-Pero le queda muy bien.

-Lo que no puede ver es la banda presidencial.

-Claro, ya le entiendo.

-Primero que nada, anda y dile que no estoy.

-No puedo. Ya le dije que sí está.

-Ya, entonces dile que lo lamentas, pero no lo puedes hacer entrar porque todo está muy desordenado. De repente, está de paso y se va.

-No puedo decirle eso.

-¿Y por qué no?

-Porque ya lo hice entrar. Está aquí en la sala.

Los ojos de Boluarte se abren hasta el límite. Solo una mampara y unas cortinas separan a la sala del patio.

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-Pero Lucha, ¿cómo se te ocurre hacerlo entrar a la sala?

-No se preocupe, no creo que se lleve nada. Ha venido sin sombrero.

Tras quitarse la banda, Boluarte ingresa a la sala, mientras Lucha va directo a la cocina.

-Señor presidente, qué sorpresa.

-Sí, venía de paso y recordé que vivías por aquí. Y felizmente te encontré, así podemos conversar con más tranquilidad.

-Claro, siéntese, por favor -dice y ambos quedaron sentados, frente a frente.

-Mira, Dina, te seré sincero y directo. Tú sabes que toda la maquinaria de la derecha me está empujando para que deje Palacio.

-Lo sé, señor presidente y no sabe cuánto me duele esa injusticia.

-Entonces yo quiero saber que cuento contigo.

-Pero claro que cuenta conmigo.

-El año pasado dijiste a la prensa que si me vacaban te ibas conmigo. Pero en las últimas semanas no te he visto tan contundente.

-Usted sabe cómo son los periodistas, señor presidente, casi nunca ponen lo que uno dice en verdad.

-Lo sé, Dina, por eso he venido. Quiero que me mires a los ojos y me prometas que si yo salgo del gobierno, tú te vas conmigo.

-¿En verdad cree necesario que haga eso? ¿Acaso no me tiene confianza?

-No es que desconfíe de ti, pero no quiero que me pase lo que le pasó a PPK con Vizcarra.

-Está bien, señor presidente, no tengo ningún problema en hacerlo.

-Te escucho entonces.

Boluarte se inclina hacia adelante y nivela su mirada con la del presidente.

-Le prometo que si usted deja el cargo, yo me voy también.

-Gracias -dice Castillo.

-Pero espérese, para que no tenga duda alguna. Esto también se lo diré mirándolo a los ojos. No tengo ningún interés en ser presidenta.

El presidente se pone de pie. Murmura unas disculpas por haber aparecido de improviso y por haberle pedido esa promesa. A su vez, Boluarte le dice que no se preocupe, que todo está bien entre ellos. Luego estiran sus brazos y estrechan sus manos, como señal de indeleble amistad. Entonces, ante la atónita mirada de ambos, Tita irrumpe en la sala. La perrita arrastra, enredada entre sus patas y sin demasiado respeto, la banda presidencial.

-No puede ser -dice Castillo, dando un paso hacia atrás-. ¿Eso es lo que creo que es?

Boluarte se queda helada, inmóvil. Lucha, que acaba de entrar a la sala con dos vasos de agua- casi se cae de la impresión.

-¿Acaso es un esnauzer? -dice agachándose y tocando la cabeza de Tita.

-Sí, es un Schnauzer.

Ante una señal, Lucha se apresura a jalar la banda y llevársela a la cocina.

-Qué lindo es.

-Es hembrita -dice Boluarte-. Se llama Tita.

Castillo se arrodilla y ahora acaricia con toda confianza a Tita.

-Siempre me han gustado este tipo de perritos.

-Sí, señor presidente, son lindos. Se los recomiendo.

Cuando, cinco minutos después, el presidente Castillo sale de la casa, Boluarte y Lucha vuelven al patio. Toman varias fotos, pero, según indicación del ritual, solo imprimirán una de ellas.

-Señora -le dice a Boluarte-, ¿usted cree que el presidente se dio cuenta de la banda presidencial?

-No creo. Y aunque la hubiera visto, ya ni se acuerda qué es.

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