El Chino Take, Pablo Rivera (hermano de Paolo), Doña Peta y Paolo en el Westin, en desayuno con la prensa el pasado miércoles. (USI)
El Chino Take, Pablo Rivera (hermano de Paolo), Doña Peta y Paolo en el Westin, en desayuno con la prensa el pasado miércoles. (USI)

Y pocos lo han endiosado tanto como quien esto escribe, que –no contento con dedicarle uno de sus libros, hace diez años– recitó, con su nombre, el apasionado poema “Antonio es Dios” de César Moro en un olvidable monólogo del extinto programa La noticia rebelde. Pero, claro, aquello estaba dicho en son de joda. Lo de ahora, en cambio, va absolutamente en serio. Hace buen rato que su figura ascendió bastante más arriba que el soñado Parnaso donde moran Gastones, Cachines y Gianmarcos. Paolo ya está en otro level. Se quedan cortos incluso quienes lo comparan con Miguel Grau o Santa Rosa de Lima. No. Paolo ya es más que un héroe, ya es más que un santo. Créanme. En verdad les digo. Paolo ya es Dios y los dioses son, pues, infalibles, irreprochables, químicamente puros, prístinos, perfectos. “Pudo haberse quedado tranquilo pero no” –escribí en mi Twitter el lunes pasado, apenas me enteré de la noticia negra y definitiva– “Paolo se puso necio, pretendía que le bajen la sanción a cero. Resultado: él se quedó sin mundial y nosotros, sin Paolo. Qué tristeza. La soberbia se paga muy caro”. Muchas veces me han llovido piedras, cáscaras de mango y bolsas de pichi por no callarme lo que pienso, pero nunca me llovieron tantas, al mismo tiempo, como ese día. La velocidad de la ira popular alcanzaba los diez insultos por minuto y mis productores me escribían para advertirme que, en el democrático Facebook, la cosa pintaba muchísimo peor. Afortunadamente, en mi canal no despiden periodistas por tuitear, de modo que decidí resistir nomás el vendaval, a pie firme, caballero. Casi una semana después, sigo pensando lo mismo: si Paolo se tragaba el sapo, calladito y acataba el castigo, hoy no estaríamos en esta situación, no estaríamos tan desesperados como estamos, a un pelo de marchar a la Conferencia Episcopal para pedir la intercesión del papa Francisco ante la FIFA. ¿Por qué mejor no te callas, maldito maricón, si tú de fútbol no sabes nada? –me pregunta mi lindísima gente, con toda razón. Tampoco sabía nada del cometa Hyakutake ni del síndrome de Guillain Barré. Mi ignorancia es atrevida, oceánica y multidisciplinaria, pero cuando yo no sé algo, pregunto. Les pregunto a los que sí saben y tengo tanta suerte que mi chamba consiste, básicamente, en eso. Me pagan por preguntar.

¿Cuál es la mancha imborrable que hubiera quedado en tu honor si acatabas la sanción? -le pregunté a Paolo, la mañana del miércoles, en el ya famoso desayuno del Westin al que fuimos invitados una docena de periodistas de televisión sin cámaras de televisión- ¿Cuál era ese estigma indeleble, ese precedente nefasto que te hubiera quedado si admitías, sin chistar, la suspensión de 6 meses? “No tengo por qué aceptar ninguna sanción porque yo no hice nada.” –me contestó– “Si yo pido un anís, me tienen que traer un anís. Es horrible que las tribunas del equipo rival te griten ‘drogadicto’”. Luego le pregunté si suscribía las declaraciones de su mamá. Me dijo que no las había escuchado, que en ese momento él había estado encerrado en su cuarto. Insistí en que, a esas alturas, ya tendría que saber lo que había dicho. Me pidió que especificara a qué me refería. Le dije que a las duras opiniones de su madre sobre Claudio Pizarro que ella misma lamentaría días después. “No quiero pensar que Pizarro esté detrás” –fue su lacónica respuesta. En varios momentos, la tempestuosa señora Petronila Gonzáles –‘doña Peta’– actuaba como la verdadera abogada defensora, se adelantaba a la jugada y respondía por él. Paolo trataba de enfriar los ánimos, dándole cariñosos golpecitos por debajo de la mesa para que no fuera a hablar más de la cuenta. Ayer, en su columna de Somos, Pedro Suárez Vértiz nos planteó este didáctico ejemplo. “La FIFA es el profesor que te da un castigo y luego te lo baja a la mitad. Tú le reclamas al director creyendo que lo retirará, pero él te bota del colegio. Tu profesor ya no puede hacer nada para salvarte”. Hubiera podido añadir lo siguiente: “pero entonces va tu mamá donde el dueño del colegio, donde el Sutep y también donde el Ministro de Educación y se los come vivos a todos en conferencia de prensa”.

Todos los que hemos sido, alguna vez, dichosas víctimas de ‘mamitis’ –un fenómeno de tan alta incidencia en nuestro país– sabemos que no hay dictadura más dulce que aquella encabezada por tu propia madre que se vuelve una leona para defenderte y que, todo lo que hace, lo hace por tu bien. Pero, desde la psicoanalítica Yocasta hasta la entrañable Doña Florinda, las madres dominantes consiguen –con frecuencia– guiar victoriosamente a sus retoños por el camino correcto. El conflicto comienza cuando los niños dejamos de serlo y nuestras abnegadas mamás se niegan a reconocerlo pues siguen viéndonos como sus eternos ‘rorros’. Si tu mamá te acompaña a tus entrevistas de trabajo, te revisa los contratos, guapea a tus jefes, aprueba tus novias, decide qué es lo mejor para ti en todas las esferas de la vida y elige todas tus batallas, entonces sí que –Houston– tenemos un problema. No en vano, todos los gurúes motivacionales coinciden en desaconsejar la peligrosa mezcla de trabajo con familia. O con amigos. Y diera la impresión de que Guerrero no decide nada sin la directa participación de su familia y sus amigos. O, para decirlo más precisamente: no decide nada sin consultar primero con su mamá y con José Carlos Zegarra, mejor conocido en la farándula como el “Chino Take”, muy recordado por sus escarceos con la voluptuosa Leysi Suárez, por las infidencias de las temerarias Grasse Becerra y Fiorella Alzamora y por su actual romance con la ex del congresista Richard Acuña, la guapa trujillana Camila Ganoza, con quien suele acudir del brazo a las fiestas del conocido abogado Kiko Balbi que siempre engalanan las páginas de “Cosas”. No resulta, pues, tan disparatado establecer que la alineación final de nuestro seleccionado en el Mundial de Rusia, los titulares de la prensa, las apariciones públicas del presidente Vizcarra y los grandes temas de la agenda nacional han llegado a depender, en buena cuenta, de las decisiones de Doña Peta y el Chino Take. Los periodistas convocados al Westin –que no fuimos solamente a tomarnos selfies– también preguntamos todo lo que cabía preguntar. Hubo quien le formuló incluso esa pregunta impreguntable de la que todos hablan, pero que nadie se atreve a decir en voz alta porque sería, de inmediato, arrojado a la hoguera. Y el acuerdo fue que Paolo no iría a ningún programa hasta nuevo aviso. Es perfectamente comprensible que algunos de mis colegas estén haciendo notorios esfuerzos en portarse bien a fin de hacer los méritos para hacerse acreedores a la ansiada entrevista exclusiva. Si, como ocurre con las súper estrellas de cine o los malos presidentes, Paolo solamente tiene a su lado a personas que le cantan al oído la canción que él quiere escuchar, nos corresponde, una vez más, perdernos una exclusiva y volver a ejercer el antipático, pero siempre necesario, rol del aguafiestas.

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