(Foto: Minsa)
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La ausencia de noticias, dicen, es una buena noticia; las malas noticias son, pues, malas o muy malas; las peores son las falsas noticias. Aunque, como bien se argumenta en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en realidad es un oxímoron llamarles así, ya que al ser falsas no pueden ser noticias. Quedémonos, entonces, con el término desinformación.

La desinformación es una de las principales causas del retroceso que hemos tenido como sociedad en los últimos años y de la polarización que vemos en nuestro país y en muchos otros países. Incluso es responsable de haber puesto en riesgo muchas vidas al decir mentiras sobre la vacuna para el COVID-19.

Hace solo cinco décadas la ausencia de información era uno de los problemas más grandes de nuestro país; hoy, por el contrario, lo que más deseamos es un filtro de información porque hay tanta que puede ser completamente abrumadora.

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Por supuesto que los primeros responsables son aquellos que producen esta falsa información, pero no son los únicos. Como en todo mercado, la oferta responde a la demanda. En este caso, una demanda de desinformación que se ajusta, no a los hechos, sino a la versión de los hechos que se quiere escuchar o leer. Estas mentiras disfrazadas de noticias que refuerzan los puntos de vista de las personas son las más demandadas y las más peligrosas.

Cada vez es más difícil identificar que una noticia es falsa. La inteligencia artificial, vía las Redes Generativas Antagónicas, conocidas como GANs por sus siglas en inglés, son capaces de crear mentiras que parecen verdad.

Sin embargo, hay noticias falsas que cualquiera de nosotros puede distinguir, como esas cadenas de afirmaciones “informativas” que no citan a ninguna fuente ni llevan la firma de alguien que pueda rendir cuentas por lo expuesto. Si caemos en creer esas noticias, estamos ampliando el mercado de la mentira. Por más que esas noticias digan lo que uno quiere escuchar, es crucial ser responsables: no leerlas, no escucharlas y, especialmente, no compartirlas.

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Herrera Descalzi