Maluma abandona entrevista tras pregunta sobre su participación en Mundial Qatar 2022. (Foto: Captura de video de YouTube).
Maluma abandona entrevista tras pregunta sobre su participación en Mundial Qatar 2022. (Foto: Captura de video de YouTube).

Todo se ha vuelto relativo, un espectáculo o una vitrina de tienda. La incapacidad de muchas personas para comprometerse verdaderamente con ciertas causas resulta increíble y desalentadora. Días previos a la inauguración del mundial de fútbol, los lechuguinos de las redes sociales denunciaron las violaciones de derechos humanos en Catar, pero se les vio muy felices (y con sumo desparpajo) compartiendo las fotos y los videos de la ceremonia de inauguración, haciendo bromas y publicando, incluso, memes sobre las violaciones de los derechos humanos en aquel país. La consistencia de los actos no importa, solo los likes.

Se estima que en Catar han muerto cerca de 6500 trabajadores inmigrantes mientras construían las sedes deportivas. A las mujeres no se les reconoce sus derechos fundamentales y estas están obligadas a llevar velo. A las personas LGTB se castiga con tres años de cárcel. La selección de España (un país supuestamente progresista en cuanto derechos humanos) ha decidido no apoyar a la población LGTB argumentando que ellos “solo van a jugar un mundial”. El mismo día de la inauguración se supo la terrible noticia de un tiroteo masivo a personas LGTB en una discoteca en Colorado, Estados Unidos. Los lechuguinos, por supuesto, se indignaron y compartieron mensajes de ‘apoyo’. Pero también salieron en defensa de su ídolo Maluma cuando dijo sobre los derechos humanos en Catar: “No es algo en lo que realmente tenga que involucrarme” ¿Realmente el fútbol está por encima de los derechos humanos? ¿Se puede disfrutar de ‘la fiesta del fútbol’ cuando se margina de esta a millones de personas?

El emir de Qatar Sheikh Tamim bin Hamad al-Thani pronuncia un discurso cerca del presidente de la FIFA Gianni Infantino y el príncipe heredero de Arabia Saudita Mohammed bin Salman. (MANAN VATSYAYANA / AFP).
El emir de Qatar Sheikh Tamim bin Hamad al-Thani pronuncia un discurso cerca del presidente de la FIFA Gianni Infantino y el príncipe heredero de Arabia Saudita Mohammed bin Salman. (MANAN VATSYAYANA / AFP).

Parte del dilema es la idea occidental de que todas las opiniones son respetables. Creo que eso es una estupidez. No todas las opiniones son respetables. Existen buenas opiniones, formadas a través de un juicio racional, y existen opiniones de mierda (disculpen la expresión). La idea de que el fútbol está por encima de los derechos humanos debería espantar a cualquier persona medianamente civilizada. Así como debería espantar la resurrección de consignas fascistas en Italia, España y Perú. El problema es la abundancia de estos lechuguinos incoherentes que se preocupan más por la pose en las redes sociales que por los problemas reales. Son una especie de ametralladora de opiniones (mejor dicho, de indignaciones) que dispara como les apunta la nariz sin respetar una línea de comportamiento coherente.

Cada uno hace lo que le dicta la razón. A pesar de que me gusta el fútbol, prefiero apagar la televisión en este mundial. Lamento que los agremiados de la FIFA, muchos de ellos países democráticos, no hayan protestado (ni siquiera pedido requisitos de humanidad mínimos) ante una organización a la que, cada vez más, solo le importa el dinero. La defensa de los derechos humanos es un asunto inopinable: se defienden o no. Sin embargo, el problema es más profundo de lo que parece: occidente viene siendo bombardeado por políticos de derecha y de izquierda que se esmeran en relativizar los derechos humanos (Bolsonaro y Maduro, por ejemplo). No debería sorprendernos que se trate de lavar la cara de un gobierno que viola derechos fundamentales. Lo hizo Nixon con China, Europa con Rusia, Obama con Cuba, Trump con Arabia Saudita, Biden con Venezuela, entre otros. Un artículo del New York Times en 1936 señaló que las Olimpíadas habían devuelto a Alemania a “la comunidad mundial” y le habían restituido su “humanidad”. Luego vino la invasión a Polonia. Ahora miles de hinchas tapan las violaciones de Catar con sus likes. Eso es lo verdaderamente desalentador: que la sociedad (ya no hablo de los políticos) sea capaz de desentenderse del asunto.

Estos lechuguinos incoherentes hacen miles de comentarios e hilos insultando a Elon Musk, el flamante dueño de Twitter, pero son incapaces de cerrar sus cuentas. Son capaces de indignarse por la calidad de los servicios públicos, pero incapaces de pagar los impuestos. Son capaces de escandalizarse por el nivel educativo de su país, pero incapaces de leer un libro ellos mismos. Son capaces de decirse feministas, pero aplaudir el mundial de futbol celebrado en un lugar donde las mujeres no tienen derechos. No les importa el contenido, solo tener likes. Si bien cambiar de opinión puede ser respetable (miles de personas lo han hecho), hacerlo tres veces por semana no lo es. Mucho menos decir una cosa y hacer otra, como decirse defensor de los derechos humanos y relativizar estos cuando se trata de fútbol. A eso se le llama incoherencia.