[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Crónica de un desastre anunciado”. (@photo.gec)
[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Crónica de un desastre anunciado”. (@photo.gec)

La semana pasada el mundo registró las más altas temperaturas de las que se tenga antecedentes, con lecturas por encima de los 17 °C. Pocos días antes, Lima había batido su propia marca para esta época del año. A diferencia de otros, estos récords no son motivo de entusiasmo, sino todo lo contrario. Más preocupante aún, podrían romperse varias veces más en los próximos meses.

Ya en junio tuvimos temperaturas que estuvieron 1.5 °C por encima del promedio anterior a la revolución industrial. Este incremento sienta un precedente nefasto, y se corresponde con el límite máximo fijado en el Acuerdo de París. En otras palabras: sin mediar medidas extraordinarias, lo más probable es que el calentamiento global se estabilice por encima de los 2 °C, con consecuencias devastadoras para el planeta.

Además, esta escalada se produce inmediatamente después de la llegada oficial, tras siete años de ausencia, de El Niño (ENSO), fenómeno que aún no alcanza su expresión plena. En ese sentido, el incremento no es consecuencia del ENSO, sino resultado directo del calentamiento global. El Niño no hará, sino potenciar ese proceso y exacerbar la virulencia de los eventos climatológicos extremos.

Por ejemplo, el sur de Estados Unidos enfrenta una brutal ola de calor y humedad, con temperaturas por arriba de los 40 °C. En México, el calor extremo ya ha matado a más de 110 personas el último trimestre. Del otro lado del mundo, en India, la llegada del monzón ha desatado lluvias torrenciales de gran virulencia, acompañadas de inundaciones y deslizamientos.

El Perú no se mantiene ajeno a este drama, ya que es uno de los cinco países más vulnerables al calentamiento global. A las lluvias y sequías que con mayor frecuencia enfrentamos, hay que agregar el aumento en el nivel del mar. Playas, manglares y hábitats naturales están retrocediendo gradualmente debido al avance del mar, poniendo en peligro la biodiversidad y la vida de las personas. La erosión costera y la intrusión de agua salada amenazan los ecosistemas y la sostenibilidad de las comunidades de nuestro litoral. En algunos años, segmentos importantes de nuestras costas podrían resultar inhabitables.

La pérdida acelerada de glaciares andinos, fuente vital de agua dulce para las poblaciones locales y centros urbanos, es otra de las consecuencias devastadoras del cambio climático con las que tendremos que convivir. Las masas de hielo se están encogiendo a un ritmo alarmante, reduciendo el suministro de agua e impactando la agricultura y la generación de energía hidroeléctrica en el país.

En este contexto, resulta fundamental que la comunidad internacional insista en la adopción de metas ambiciosas y programas de implementación verificables en la próxima reunión del COP28 que se celebrará este diciembre en los Emiratos Árabes.

Clave en dicho esfuerzo serán los compromisos de financiamiento verde que se logren para impulsar la implementación de proyectos de adaptación y mitigación contra los efectos del cambio climático en aquellos países que, como el nuestro, sin ser los principales responsables del calentamiento global, son sus mayores víctimas.

No hay tiempo que perder.

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