[OPINIÓN] Jaime Bedoya: “El mexicano que amaba a las mujeres”. (Midjourney/Perú21)
[OPINIÓN] Jaime Bedoya: “El mexicano que amaba a las mujeres”. (Midjourney/Perú21)

La última vez que vi a mi amigo Ulises Castellanos fue en París hace treinta años. Terminábamos una inmerecida y generosa beca que nos había hecho vivir como príncipes tres países europeos bebiendo todo lo que hubiera en el camino, hasta agua. No había euros, no había hijos, no había ese fraude existencial que es el internet. O lo vivías o te lo perdías.

Ulises era fotógrafo. Largo, esbelto, de larga cabellera negra que guardaba coherencia con su temperamento sin filtros. Si algo olía a mierda no decía huele raro. Decía huele a mierda. Su cámara colgaba del hombro tal como el rifle que acompaña al vaquero.  Sin ella no era Ulises, o simplemente no era. Veía el mundo a través de ese artefacto fantástico que le confería una autoridad testimonial suprema. Nadie imaginaba que en unos años un ridículo teléfono reemplazaría la captura artesanal de la memoria.

Prontamente se hizo de una novia dentro del grupo de becarios – éramos como veinte, una confluencia potente de hormonas y egos – procediendo a fortalecer los vínculos entre países hispanohablantes con un generoso intercambio de fluídos latinoamericanos. A la vez, por supuesto, tenía una novia oficial en México a quien inocentemente le dijo vente a París y ella, como en las rancheras, fue. El incidente se resolvió de manera incruenta.

Al cabo del tiempo la convivencia nómade, si bien deslumbrante – Avignon, Montpellier, Lisboa, Setúbal, Madrid, Sevilla y etc- empezó a pasar factura. Había habido noviazgos, divorcios, y peleas irreconciliables dentro del grupo, a la vez que la identidad de cada quien se fragmentaba y reordenaba a partir del choque cultural con el primer mundo. En Europa las cosas funcionaban: eso era inmanejable.

Ulises entró en crisis. Sintió que sus fotos, su visión del mundo, inclusive su pelo, no tenían sentido. Estábamos a orillas del Sena con su novia becaria, así como con la querida Silvina y algunas botellas de vino. El decía que todo había perdido razón de ser.

Ahora soy un pan de Dios, pero  en esa época era tajante. Hastiado por esa circular lamentación mexicana le dije deja de llorar y bota tus fotos al río. Recuerdo su mirada fija, anticipando un puñetazo. En vez de eso empezó a botar fotos, negativos y diapositivas al Sena mientras las chicas decían ¡qué haces ¡

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Pasaron teinta años y Ulises me recoje en su auto de un hotel del DF. Parece el papá de Ulises.El pelo se fue, ya no es tan esbelto. Pero lo más resaltante es que ya no carga cámara de fotos. Sus arrugas, sus canas, son las mismas que el debe estar viendo en mi. Con cerveza y chicharrón norteños atropelladamente nos ponemos al día como sobrevivientes de un mundo que ya no existe.

Nuestros oficios se han reducido a su mínima expresión. Ya nadie cree en nada, salvo en sus propios prejuicios. Ya no se vive para disfrutar, sino para hacerlo público en un desesperado intento de reconocimiento. Comportamientos que antes eran considerados atrevidamente galantes ahora serían susceptibles de una denuncia anónima e insustancial, pero lapidaria. En ese mundo se vive ahora.

A propósito de esas penurias de varones maduros, me dice tengo que contarte lo que hice hace unos años. En el 2007, tras una ruptura sentimental con hijo de por medio, cumplió 40 años. En un momento en que algunos se compran moto o convertible, Ulises fue a lo suyo. Impulsado por el frenesí de una soltería recargada buscó a 25 mujeres significativas en su vida: amigas, amantes, novias fugaces. Les dijo que quería hacerles una foto a cada una.

Además les hizo tres preguntas: Perfil del hombre ideal, expectativas del hombre, idea del amor en pareja. Eran las mismas tres preguntas que le hizo a su abuela antes de morir. Ulises quería saber era qué es lo que quieren las mujeres. Ni su abuela había podido resolverlo.

Muchas respondieron con un comprensible no mames. Tenían una vida hecha y no les interesaba revolver el pasado. Pero otras si aceptaron. La mayoría eran mexicanas. Luego habían dos francesas, dos españolas, una finlandesa y una italiana. La muestra se presentó en París, cerrando el circulo. El título era una reinterpretación del postulado de José José. En vez de 40 y 20 la muestra se llamó 40 y 25, las fotos del deseo. Aún faltaban más de diez años para que el MeToo penalizara la seducción consensuada como si fuera violencia. Una década después le habrían prendido fuego a la galería con Ulises y sus novias dentro.

Ulises, obviamente, no encontró respuesta a su pregunta. En uno de los textos de la muestra su amiga la escritora Ana Clavel lo sintetizó con claridad: Ellas son incomprensibles, ellos incongruentes.

La muestra no generó mayor turbulencia salvo un testimonio posterior, colateral. Ulises se encontró en el quiosco con una portada de la revista Chilango donde se leía el título de una crónica firmada por una de las retratadas:

Las mujeres de Ulises y la ruptura de mi matrimonio.

Ulises la llamó para lamentar lo sucedido y pedirle disculpas por ese incordio. Ni te preocupes, le dijo ella. Era un imbécil.

A veces las mujeres sí saben perfectamente qué es lo quiere quieren. Así de chingona es la vida.

Levanté mi cerveza Victoria y saludé en mi viejo amigo a un héroe anacrónico, desatinado e incorrecto. Un héroe imperfecto, como la gente de verdad.

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