[OPINIÓN] Hugo Palma: “Los establos de Augías” (Foto: Agencia Andina)
[OPINIÓN] Hugo Palma: “Los establos de Augías” (Foto: Agencia Andina)

A Hércules, por pleitos entre los dioses tan frecuentes en la mitología como hoy entre las alimañas que se creen tales, se le impusieron tareas imposibles. Augías, rey y semidiós, nunca hizo limpiar los establos de sus innumerables vacas y las tierras se volvían infértiles. Al héroe se le impuso hacerlo en un día y lo hizo. Rompió el muro en lados contrarios e hizo sendos canales a dos ríos cercanos. El agua del primero empujó el estiércol y el segundo sirvió de albañal.

No hay vida sin agua. Los humanos no lo soportaríamos más de un par de días. Pero hay muchas clases. La que debemos beber por ser limpia, pero no todos la tienen; la bautismal que nos integra a nuestra fe; la “pesada” es necesaria para las armas nucleares; la municipal es caja chica; la contaminada crece exponencialmente, etc. Y, naturalmente, la lluvia. Sin ella no se habría creado civilización, como lo hicieron nuestros antepasados de sierra y costa. Pero también sucumbieron cuando les fue imposible manejar los recurrentes diluvios.

Ahora es lo mismo. La diferencia es que ellos solo tuvieron sus manos, ingenio, esfuerzo y liderazgo. Nosotros tenemos el conocimiento, la tecnología y el dinero para minimizar los daños. Pero solo en el último medio siglo los peruanos fuimos repetidamente víctimas de catástrofes ya para nada “naturales”. Y cada vez nuestras “autoridades”, aunque muchas se esfuman en el peligro, hicieron lo mismo: correr a las zonas afectadas, llevar socorro de “emergencia”, abrir locales públicos para quienes perdieron todo, ofrecer grandes recursos presupuestarios y, obvio, crear un nuevo programa.

Pero la realidad existe. En los cortísimos cinco años entre el último y el actual, se “invirtieron” muchos miles de millones de soles en la “Reconstrucción con Cambios”. Su primer jefe prontamente lanzó un plan que previó más de 10,000 “obras e intervenciones” para reconstruir, pero también las necesarias para evitar su repetición. De los siguientes cinco no opino. Me limito, como 33 millones de compatriotas, a preguntarme por qué, por las mismas causas, debemos revivir tiempos de dolor y angustia.

Lo innegable es que está vigente la terrible sentencia de don Manuel González Prada. “El Perú es un organismo enfermo. Donde se pone el dedo brota el pus”. ¿Qué ocurre en esta tierra donde sus hombres crearon una de las pocas civilizaciones originarias del mundo? No pudieron saber lo que es la democracia, pero tuvieron líderes que condujeron a sus pueblos a las realizaciones agrícolas, hidráulicas, arquitectónicas, viales y culturales que hicieron mágico lo que es hoy nuestro Perú.

En la tragedia griega, los actores saben desde el principio cómo va a concluir, pero les es imposible evitar el horrendo desenlace. Acá, nos parecemos más a los establos que limpió Hércules. No es autoflagelación; es lo que nos dicen el olfato y la vista. ¿Las más de 13,000 nuevas autoridades se empinarán a la altura de sus responsabilidades? ¿Serán nuestros millares de jóvenes con excelente preparación el agua que limpie la pocilga en que medran millares de “políticos”? ¿Se atreverán a ser el futuro, como los exhortó don Manuel?

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