Para gobernar un país se necesita, sobre todo, de la legitimidad que el soberano del poder –la ciudadanía– debe proveer.
Para gobernar un país se necesita, sobre todo, de la legitimidad que el soberano del poder –la ciudadanía– debe proveer.

Recordando a quien nos legó la trascendental separación de poderes, traigo a colación una frase de Montesquieu que hoy, más que nunca, debemos tener presente: “Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”. Y veo la relevancia por el actual debate, insuficiente e infructuoso, por cierto, sobre la legalidad y legitimidad de quien gobierna. Para gobernar un país, en el sentido estricto de la palabra, y no únicamente sentarse en la silla presidencial, se requiere no solo de las facultades que la ley otorga mediante el voto popular. Se necesita, sobre todo, de la legitimidad que el soberano del poder –la ciudadanía– debe proveer. Una legitimidad que se gana y se pierde en el tiempo y que debe ser siempre eje de toda acción política. Una legitimidad que se debe ganar, lejos de cualquier populismo, a base de políticas públicas que demuestren un real y honesto interés en el bien común. Una legitimidad que la ciudadanía otorgará y permitirá la sostenibilidad y viabilidad del gobernante.

Cuando ello no sucede, y el detentador del poder cree que el hecho de haber sido elegido legalmente, o por sucesión constitucional, como es el caso de la señora Boluarte, es suficiente para sostener un gobierno, se equivoca de cabo a rabo. Justamente, esa ceguera política hace que en países infradesarrollados políticamente, como el nuestro, la continuidad de los periodos presidenciales sea una incógnita. Es lo que nos pone siempre al borde de los golpes de Estado, civiles o militares. Eso es lo que siempre calienta a la calle, lo que quita la vida a decenas de ciudadanos, por la fuerza de un arma o por la furia de la naturaleza. El día en que un candidato realmente entienda e interiorice el concepto de servicio público y sacrificio, tendremos gobernantes que gozarán de respaldo popular, con el silencio y la calma necesaria para gobernar.