"En el Perú, 3.1 millones de peruanos aún no cuentan con acceso a agua potable. Tres millones de personas viven en condiciones infrahumanas mientras los congresistas faltan a trabajar porque se fueron de juerga". (Foto: GEC)
"En el Perú, 3.1 millones de peruanos aún no cuentan con acceso a agua potable. Tres millones de personas viven en condiciones infrahumanas mientras los congresistas faltan a trabajar porque se fueron de juerga". (Foto: GEC)

Recuerdo conversaciones en las que tantas veces me rehusé a postular al Congreso, porque no me sentía preparado para el cargo. Aun habiendo estudiado Derecho y Ciencia Política en dos universidades, una en Perú y otra en España; haber sido profesor de Ciencia Política el mismo año en que egresé de la carrera; tener diplomatura en Gobernabilidad y maestría en Derecho, no estaba —ni estoy— preparado para tan enorme responsabilidad.

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Recuerdo que veía con asombro y envidia los debates de los parlamentos peruanos de hace décadas, los debates enérgicos y punzantes pero elevados del Parlamento europeo y español. Recuerdo lo lejos que me veía —y me veo aún— de poder ocupar algún día uno de esos escaños. Para mí, la figura de un parlamentario es casi como la de un médico. Es asumir la responsabilidad sobre la vida de millones de personas.

Es cargar con la obligación de construir proyectos legislativos debidamente estudiados, contrastados y fundamentados que permitan combatir con firmeza el flagelo de la pobreza. Es asfaltar las vías para el desarrollo humano, científico, social y económico de toda una nación. Es darle al ciudadano una esperanza de futuro. Por eso, cuando escucho a congresistas justificar sus votos indicando que no leyeron los dictámenes que firmaron (sin un ápice de vergüenza), o cuando las sesiones de comisión se truncan por falta de quorum (al día siguiente de un concierto de reguetón); o cuando afirman públicamente que leer y estudiar mucho causa Alzheimer, me doy cuenta de que el destino del Perú podría ser el naufragio si es que no hacemos nada para evitarlo.

En el Perú, 3.1 millones de peruanos aún no cuentan con acceso a agua potable. Tres millones de personas viven en condiciones infrahumanas mientras los congresistas faltan a trabajar porque se fueron de juerga. La corrupción no es sino una forma estructurada del robo y el asesinato. Robarle, a través de modelos de corrupción, a un país con más de 9 millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza es la versión más decadente de la miseria humana. Una versión que muchos, pero muchos políticos de este país, no tienen problema en representar.

Al ladrón hay que llamarlo ladrón. Quizá escuchándolo una y otra vez, un día se vean al espejo y reconozcan su condición, su miseria, su culpabilidad.

P.D.: Cuánto daño nos hizo incluir y aceptar en el imaginario popular el funesto “roba pero hace obra”.

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