Foto: GEC
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Desde sus orígenes, uno de los atributos más preciados de la democracia como sistema de gobierno es la libertad de expresión. Es decir, que la información pueda circular libremente y que las opiniones puedan confrontarse sin cortapisas, sean estas a favor o en contra de quienes ostentan el poder.

Lo primero que suelen hacer las dictaduras o los liderazgos autoritarios es debilitar la libertad de expresión, sea corrompiendo a la prensa con prebendas, o recortándole accesos y derechos informativos, cuando no suprimiéndolos del todo.

Una versión compacta y muy simbólica del respeto que Perú Libre tiene por esta libertad esencial se pudo apreciar en la accidentada entrevista que Mávila Huertas le hizo a Pedro Castillo el domingo último. El candidato pretendió fijar temas y tiempos cuando se sintió incómodo. A los diez minutos de iniciado el diálogo, como las preguntas no fueron de su agrado, optó por cortar la comunicación abruptamente alegando una presunta agenda con organizaciones. Más claro ni el agua.

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No le falta razón, por ello, al Consejo de la Prensa Peruana, que en su reciente informe a la Sociedad Interamericana de Prensa, difundido ayer mismo, entre otros ataques a la libertad de prensa y a periodistas, consigna con preocupación que “el plan de gobierno de Perú Libre… dedica cinco páginas a propuestas que implicarían un cambio absoluto en las reglas del juego de la libertad de expresión y los medios de comunicación privados, desde publicidad estatal y colegiatura obligatoria de periodistas, hasta que algunos ministerios aprueben el contenido de canales de televisión y radioemisoras”.

Lo que Perú Libre busca poner en práctica se podría resumir así en una sola palabra: censura. Tal y como funcionaba el periodismo en Estados totalitarios como los de la Unión Soviética y Cuba, modelos de desarrollo –ambos rotundamente fracasados y sepultados por la Historia– en los que se inspira más de una idea del plan de gobierno redactado por Vladimir Cerrón.

De modo que avisados estamos. Las señales y las imágenes son cada día más claras. Sin libertad de expresión, no hay democracia. Y sin democracia, el Perú se aislará de las economías modernas y se seguirá hundiendo.

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