(Foto: Diana Chávez/GEC)
(Foto: Diana Chávez/GEC)

La primera respuesta común es ‘no le ha servido a la mayoría de ciudadanos y como consecuencia ha beneficiado a unos pocos’. Entonces la solución es el Estado. La segunda es que no se han hecho las reformas necesarias para lograr un crecimiento inclusivo. En paralelo, muchos se dejan llevar por posiciones muy simplistas sin hacer el menor análisis, pues no contrastan con los datos. Son fanáticos.

El problema es que cada uno juega con las estadísticas como quiere para mostrar un respaldo sólido a su posición y la discusión se convierte en un diálogo de sordos en el que nadie gana. Así aparecen los que prometen cualquier cosa para convencer a la ciudadanía de tal o cual posición. Luego, dado el clima de intolerancia, comienzan los insultos y los adjetivos que descalifican a las personas. No tenemos un debate de ideas.

Primero, la realidad es compleja. Recetas simples no sirven, ni tampoco los iluminados que creen saber qué hacer. Perder la humildad y querer imponer un punto de vista son símbolos claros de intolerancia.

Segundo, la realidad tiene distintas dimensiones que varían de país a país. El éxito (o fracaso) de las medidas que se toman en economía dependen mucho del entorno político, institucional, histórico, externo, etc. Lo que funciona en un lugar puede no funcionar en otro. No copiar, aunque sí adaptar. Ejemplo: ¿de qué sirve que exista una norma que impide cruzar cuando el semáforo está en rojo si pocos la cumplen y quienes la incumplen no reciben ninguna sanción? Si el Estado no es capaz de proveer educación básica de calidad, ¿por qué podría cumplir otras funciones? Si el mercado está lleno de mercantilistas (aquellos que consiguen sus objetivos gracias a sus conexiones y no sus méritos), ¿cómo podría funcionar para todos?

Tercero, ¿por qué no nos dedicamos a ver qué es lo que funciona y qué es lo que no funciona y luego pensamos cómo hacer la adaptación al Perú? Desde hace décadas que creemos en tal o cual postulante a un cargo público solo para desilusionarnos poco después. Tanto la izquierda como la derecha ya deberían haber entendido esto.

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Cuarto, las soluciones extremas no funcionan ni aquí ni en ningún lugar. Se requiere tanto del mercado como del Estado. Los países económica y socialmente exitosos combinan a ambos. Toda la evidencia empírica va en ese sentido. Por lo tanto, se necesitan dos cosas: por un lado, evitar el mercantilismo para que el mercado funcione para todos en igualdad de condiciones; por otro, que el Estado tenga la capacidad de gestión para poder ofrecer servicios básicos de calidad para todos. Mientras las dos características descritas no se cumplan, pueden discutir los aciertos y errores de la derecha y la izquierda, pero no lograrán nada; solo practicarán el deporte nacional de descalificar a aquella persona que piensa distinto.

Puede sonar utópico, pero los políticos deben asumir ese reto. La frustración de la mayoría de ciudadanos acrecentada por el COVID-19 es real y hay que enfrentarla. Se culpa al mercado de los problemas. O al Estado. No importa. Los problemas estructurales del Perú, como la exclusión, el populismo y la desigualdad en los puntos de partida en todos los campos son claras y tienen historia.

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