(Foto: Jorge Cerdán / GEC)
(Foto: Jorge Cerdán / GEC)

Ni Keiko ni Castillo merecen ser presidentes. La gran mayoría de peruanos no votamos por ellos y ambas candidaturas nos generan resquemores por su vena autoritaria y por sus vínculos con la corrupción. Pero solo uno representa el abismo económico y el hambre. Y para afirmarlo basta con revisar su propuesta económica. No el ideario de Cerrón, sino su nuevo Plan Bicentenario.

La convocatoria de científicos reconocidos a su equipo ha generado una peligrosa sensación de seguridad en parte del electorado y ha hecho que se soslaye la ausencia de personas que ofrezcan garantías de que un gobierno suyo no nos sumiría en el descalabro económico. Otro hecho que también ha sido soslayado es la negativa de Kurt Burneo de sumarse al equipo porque Castillo no deslindó de las propuestas económicas de Cerrón, que a su entender traerían consecuencias desastrosas.

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Todos vivimos de las importaciones, directa o indirectamente, y por querer proteger a unos pocos productores, con restricciones a las importaciones, se va a afectar a todos los consumidores con escasez y precios altos. Si tenemos industrias que no son competitivas a nivel internacional lo que hay que hacer más bien es incentivar su competitividad. Por otro lado, la renegociación forzada de contratos ahuyentará la inversión y dinamitará la confianza; y la asignación de un rol empresario al Estado, que ha demostrado no ser un buen gestor, malgastará los recursos públicos. Los esfuerzos del Estado deberían estar concentrados en fomentar el desarrollo de la actividad privada de manera responsable, regulada, para luego, con lo que se recaude, redistribuir y mejorar los servicios públicos.

El modelo enfocado en el crecimiento macroeconómico, sin velar por la inclusión de la población y la correcta redistribución ha fallado, y muchísimos peruanos tienen todo el derecho de estar molestos, pero lo que propone Castillo no es la solución. Su propuesta dinamitará la economía, anulará el crecimiento y multiplicará la pobreza y la miseria.

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