(Foto: MML)
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Confieso que esta vacancia del alcalde limeño me dejó muy sorprendido: si esperaba una vacancia, esta era la de Castillo y no la de Muñoz, que ha sido apartado del cargo por un tema bastante baladí y a tan solo ocho meses de terminar la gestión. En principio, la salida de una autoridad que ejerce su mandato sobre una capital de 10 millones de habitantes y que es el personaje electo directamente más importante del país después del presidente de la República debió armar más polvareda, pero la floja actuación de Muñoz y los callos que ya ha sacado la ciudadanía ante cualquier sismo político se han sumado para que esta salida haya sido recibida con mucha indiferencia.

Ciertamente, el COVID-19 fue un meteorito que tenía que dañar cualquier gestión, pero se esperaba mucho más de Muñoz, que fue muy tacaño en obras, cumplió con muy poco de lo prometido en campaña, no tuvo mayor relevancia política frente a todo lo que pasó en el país (más bien, olió a vizcarrista) y se puso medio caviarón en muchos temas. Ninguna de las pocas obras importantes que comenzó están aún concluidas (“Pasamayito”, Óvalo Monitor y ampliación norte del Metropolitano) y su mayor promesa (los teleféricos) nunca alzó vuelo. Refaccionó algunas plazas, terminó algunos puentes, fue honesto y mantuvo la ciudad dentro de sus parámetros usuales de ornato y limpieza, pero no solucionó ningún problema de mucho calado, como tráfico o seguridad pública.

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Ojo que también su salida es rara, desde que fue solicitada por un oscuro personaje hasta que fue aceptada por un tipo como el juez rojimio Salas Arenas, cuya presidencia en el JNE ha sido muy cuestionada por sesgada (con Dina Boluarte no ha actuado igual que con Muñoz) y por infantilmente reglamentarista (recuerden eso de las horas de entrega o cómo afectó al PPC con su lista congresal y al partido de Fernando Olivera con su inscripción).

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