La mejora de los niveles de inversión en Moquegua se dio por el inicio de la construcción del proyecto minero Quellaveco. (Foto: GEC)
La mejora de los niveles de inversión en Moquegua se dio por el inicio de la construcción del proyecto minero Quellaveco. (Foto: GEC)

Uno de los más fuertes argumentos contra la minería es que atenta contra la agricultura. El motivo de la discordia es básicamente el uso del agua.

De hecho, con la frase “agua sí, Conga no”, el entonces candidato Ollanta Humala bloqueó el desarrollo de esa operación minera que luego, siendo presidente, quiso relanzar.

Lo irónico es que quienes se oponen a la minería, se oponen también a los proyectos agrícolas que supuestamente defienden.

El caso de Majes Siguas en Arequipa es uno de ellos. Elmer Cáceres, gobernador de esa provincia, inicia su mandato cuestionando un proyecto con el cual se regará 38,500 hectáreas para que el Perú pueda desarrollar agricultura donde hoy no es posible hacerlo; y con ello, producción de alimentos, aumento de productividad del trabajador del agro, formalización y mejora de sus ingresos; y crecimiento y riqueza para el país. Eso que todos reclamamos.

Pero parece que la consigna es en realidad: “Minería no, agro tampoco”.
La minería pesa 10% sobre el PBI del Perú. Si bien no genera mucho empleo directo, su efecto sobre el resto de la economía va desde el impulso a la industria metal mecánica hasta el aumento del empleo en transportes y comercio.

La importancia de su contribución se hace evidente cuando seguimos con especial preocupación la evolución de los precios de los minerales para proyectar el desempeño de la economía.

Pero hemos dejado las decisiones que aumentarían el bienestar de los peruanos en manos de gobiernos regionales que anteponen a ello sus propios intereses políticos.

¿Seguimos dejándoles la reconstrucción con su 5% de avance?