(Getty)
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La catástrofe ambiental se suele asociar con un futuro lejano. Pero la crisis ecológica no es una abstracción o mera hipótesis, menos una alerta para la generación que aún no ha nacido. Es un asunto contemporáneo y decisivo en el que cada día nos hundimos más, poniendo en riesgo nuestra propia existencia.

En Estocolmo registran mensualmente la temperatura del aire desde 1756 y el año pasado tuvieron el mes más caliente desde ese entonces. Para el mundo, la temperatura se mide confiablemente desde 1880 y es un hecho que la última década ha sido la más calurosa. Los últimos cinco años han sido los más calientes desde que se tiene registro. Lo mismo con el mar.

Desde 1958 un grupo serio de científicos mide la temperatura de los océanos y acaba de hacer público su informe más reciente: los últimos cinco años, el mar ha estado más caliente que nunca y 2018 trajo las temperaturas más altas. Los océanos se están calentando bastante más rápido de lo que alguna vez se pensó, lo que se manifiesta en el deshielo de glaciares, la subida del nivel de mareas, el aumento de tormentas y la cantidad de víctimas por desastres naturales. Además, en 2017, 15,000 científicos de 184 países alertaron que en los últimos 25 años, las emisiones de CO2 han aumentado en 60% y que las zonas muertas en el mar lo hicieron en 75%. Ante la evidencia contundente, quienes insisten en negar esta realidad ambiental lo hacen por desinformación o complicidad con la cara más fea de una forma de entender el progreso que se rehúsa a la adaptación.

La negación del calentamiento global no puede ser considerada una postura científica, sino la defensa cerrada de intereses que al final perjudicarán a los países más pobres y con menos capacidad de reacción, como el Perú. Si no lo vemos, es porque así lo elegimos.

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