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Hace unos días se celebró el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión (13 de enero). Hay más de 300 millones de personas que la padecen en el mundo y 6 millones en el Perú aproximadamente. Según la OMS, la depresión es la principal causa de discapacidad y contribuye, de forma muy importante, a la carga mundial general de morbilidad.

Esto último quiere decir que la depresión no solo es un tema de salud mental sino que también incide sobre la salud física. Las depresiones no tratadas o encubiertas bajan nuestras defensas y nos hacen propensos a enfermar de otros males.

Es importante saber que la depresión tiene tratamiento. Existen distintos tipos de depresión y distintos grados. Dependiendo del caso, la persona se puede beneficiar mucho de la psicoterapia y de los antidepresivos. No en todos los casos son necesarios los psicofármacos pero en algunas ocasiones es potente la combinación de ambos tratamientos. También están las terapias grupales, y está comprobado que el deporte y la alimentación saludable ayudan mucho. A su vez, mejorar las relaciones interpersonales y alejarse de los vínculos tóxicos es clave.

Ahora bien, estudios recientes revelan que también la espiritualidad correlaciona alto con niveles menores de depresión y con mejores pronósticos de recuperación para quienes caen en ella. Una de las razones por las cuales la depresión ha aumentado tremendamente en las últimas décadas es porque vivimos en una cultura narcisista, que impone una definición del éxito que resulta no solo inalcanzable para muchos, sino, además, falsa. El éxito y la felicidad no se basan solo en crecer hacia “arriba”, en lo material, o en volvernos más competitivos. De hecho, está comprobado que la competitividad extrema tiende a envenenar los vínculos.

Se puede entonces crecer también hacia adentro: más empatía, menos ego, más humildad, menos codicia, más gratitud, menos apariencias, más compasión, menos intolerancia. Mayor conciencia de la finitud y más conexión con el momento presente.