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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Durante miles de miles de años, el río Rímac fue un río rebosante de vida, hasta que hace tan solo unos 80 años, los limeños, perdiéndole todo respeto y agradecimiento, decidimos dejarlo morir día tras día sin hacer nada al respecto.

> Hoy, el único punto que aún tiene vida es justo allí donde el río nace, a 5,000 metros de altura, en la laguna de Ticticocha. Allí, aves silvestres, peces y diversa flora y fauna se muestran como un reflejo dramático de lo que alguna vez fue el Río Hablador a lo largo de sus poco más de 160 kilómetros de recorrido. Hoy el escenario es terrorífico y desolador. Tan solo unos kilómetros más abajo de la laguna, las evidencias de contaminación minera se vuelven inobjetables. Ya allí, ningún pez puede sobrevivir. Es allí donde la calle Camaroneros, aquella calle céntrica limeña en la que se vendían los camarones pescados en el Rímac, dejó de tener sentido. Pero allí, en las alturas, no ocurre lo peor. Es solo el comienzo. A medida que seguimos descendiendo, la contaminación minera sigue aumentando, llegando a su punto más alto en San Mateo, a lo que se suma un segundo tipo de contaminación al llegar a Chosica: la contaminación microbiológica causada por los desagües. Ahora sí podemos decir que el Rímac es un río completamente muerto. Ahora el río sigue su terrorífico camino hasta llegar a la quebrada de Huaycoloro, en la que se suma un tercer tipo de contaminación: la contaminación industrial, generada por fábricas del más diverso tipo. A partir de allí, su descenso final hasta el océano Pacífico es más o menos el que alcanzamos a ver de cuando en cuando quienes vivimos en Lima. Un recorrido macabro que atraviesa el Centro de Lima, San Martín de Porres y el Callao como una procesión maloliente de basura y desagüe que demuestra sin excusas cuán poco o nada amamos y agradecemos los limeños a ese río que nos dio y nos sigue dando agua, luz y vida a lo largo de siglos. Dicho de otra forma, al río Rímac, nuestro padre, lo hemos matado los limeños, sus hijos.

> ¿Acaso es posible revertir esta situación? ¿Aún estamos a tiempo? Pues sí. La laguna de Ticticocha aún tiene vida, todos los relaves mineros se pueden detener, toda la contaminación microbiana se puede evitar y podemos dejar de arrojar toda la basura y desagüe que arrojamos. ¿Qué falta? Como en todo, liderazgo, decisión política, compromisos ciudadanos. Porque no es este un problema que le compete solo al Estado. Podemos devolver la vida al río Rímac solamente si es que todos decidimos que eso es lo correcto y actuamos en consecuencia. Alcalde de Lima, alcaldes distritales, gobernador regional, varios ministros relacionados, autoridades del agua, Sedapal y, por supuesto, empresas mineras, industrias y ciudadanos conscientes de su responsabilidad en el día a día para proteger a nuestro río para siempre. Si esto ocurre, muchas cosas buenas sucederán. En las zonas más altas volverá a relucir la vida y surgirán nuevamente flora y fauna tan necesarias para el ecosistema, también un nuevo y definitivo rediseño que proteja a aquellas áreas pobladas que año a año sufren con los embates de los huaicos y desbordes, y, en aquellas áreas que involucran a la ciudad de Lima, cientos de proyectos de miles de millones de dólares surgirían en sus riberas. Desde áreas de esparcimiento público dedicadas a la cultura, museos, campos deportivos, parques y alamedas hasta otro tipo de inversiones privadas relacionadas al ocio o al comercio, todo ello dentro de un nuevo marco legal orientado a su preservación para siempre. Pero lo más importante es que recuperar nuestro Rímac puede marcar el comienzo de una nueva etapa en la mirada cívica que debemos tener los limeños ante nuestra ciudad. Puede ser el inicio de la convicción general que lleve a nuevos estándares de convivencia social, cultural, económica y ambiental, a partir del ejemplo vivo de aquello que un día pudimos lograr todos juntos. A partir de ese río hermoso que lleva vida, belleza y prosperidad gracias a que, un día, sus hijos, los limeños, decidieron pedirle perdón, curar sus heridas y cuidarlo para siempre.