El presidente se va quedando sin salidas. Puede que con el indulto PPK haya salvado momentáneamente el puesto, pero el costo ha sido altísimo: ocho de cada diez peruanos desaprueban su gestión y nadie le cree. ¿Se puede ser presidente en esas condiciones?
¿Cómo gobernar si tu interlocutor piensa todo el tiempo que sin importar lo que le ofrezcas o lo que le digas, mañana podría hacer cualquier otra cosa menos eso que prometió no hacer o juró hacerse cargo? Me intriga muchísimo cómo es que en el gabinete de ministros se maneja el asunto de la credibilidad del presidente, no solo de cara a la opinión pública, sino dentro del propio gabinete. Cuando PPK hace un anuncio con respecto a algo, ¿cuán en serio se toma lo que dice? Siete de cada diez peruanos piensan que el indulto fue negociado y que de humanitario solo tiene el nombre, aunque en el Ejecutivo lo repitan como un mantra. Si la política es el arte de lo posible y ponerse de acuerdo, ¿cómo comprometerse a hacer cualquier política pública en esas condiciones?
Lo triste es que la crisis de credibilidad del gobierno es irreversible con PPK en él. Una vez que una persona decidió creer o no creer en algo, ni aunque le pongan delante pruebas que refuten eso que cree o que no cree cambia de opinión. El sesgo cognitivo de autoconfirmación –solo se le hace caso a la información que refuerza nuestros puntos de vista y se descarta toda la que los refuta– le juega en contra al gobierno. PPK se salvó de morir para convertirse en un zombie, y si ya antes de este episodio las personas creían que el Estado andaba a la deriva, después de esto parece que el capitán no solo no se hundirá con su barco, sino que nunca estuvo en él.