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El 9 de abril, los israelíes elegirán a los miembros de su vigésimo Parlamento (Knesset). De la proporción de votos que obtengan los más de 20 partidos políticos en competencia, el presidente del país, y jefe de Estado, le otorgará al candidato que considere con más opciones de formar gobierno la posibilidad de ser primer ministro.

Israel es una democracia parlamentaria, por lo cual los ciudadanos votan por el partido de su preferencia y el número uno de la lista de cada organización política es, automáticamente, el candidato para aspirar al cargo de jefe de gobierno.

La Knesset tiene 120 escaños y el líder del partido ganador o del que tiene más posibilidades de hacer alianzas electorales para llegar a la cifra de 61 escaños, es el asignado para formar gobierno, pero, en caso de no lograrlo, lo intenta quien obtuvo el segundo lugar.

Hasta hace pocas semanas, el actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, se enrumbaba, cómodamente, a un tercer mandato desde 2009 con su partido derechista (reacio a entregar territorios en disputa a los palestinos), el Likud, pero una alianza de centro-izquierda (más flexible para explorar caminos de paz), formada por un ex general del ejército, Benny Gantz, y un ex ministro de Finanzas, Yair Lapid, el partido Azul y Blanco (colores de la bandera de Israel), ha logrado mantenerse ligeramente con más apoyo que el Likud.

El problema es que los partidos de extrema derecha tienen más votantes que los de izquierda y aun si gana Gantz, será difícil que pueda formar gobierno. Sin embargo, Netanyahu, acusado por la Fiscalía de un escándalo de corrupción, aun si gana, podría no culminar su nuevo gobierno.

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