notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantesvasquez@peru21.com

Leo a mis colegas y amigos de La República y no puedo menos que sonreír ante las vueltas que da la vida y que, si tienen cierto estilo, terminan en deliciosas paradojas. Columna tras columna han ido apareciendo, en estas últimas dos semanas, catilinarias supuestamente liberales sobre los oligopolios y monopolios que afectan la libertad de prensa y, por tanto, la libertad de expresión. Algunos rampando las generalidades teóricas o legales, otros aterrizando, lo cierto es que queda claro, para mí al menos, que la libertad de prensa y la libertad de expresión son conceptos elásticos de acuerdo con los intereses que afecten y que, obviamente, dependen de lo que podríamos llamar la "geografía de las opiniones".

Así, esos mismos columnistas de La República que hoy descubren en cadena que está mal que un grupo que no sea el de ellos se haya hecho con el 80% del mercado de diarios y revistas en el Perú despotricaban no hace mucho sobre la Ley de Medios con la que la populista señora Kirchner quería poner fin al oligopolio o cuasi monopolio del Grupo El Clarín en Argentina. Todo, "por supuesto", en nombre de la democracia.

Ahí, si la memoria no me falla, el bueno era El Clarín y la mala la señora K. El Grupo El Clarín representaba entonces, para esos colegas y amigos de La República, la garantía de esa libertad de prensa y pluralidad de expresión que la señora K intentaba coactar, desmembrando el Grupo El Clarín, para sacarse a un contestatario político de encima.

De tal modo que, si fueran consecuentes con sus principios, habría que concluir que mis colegas y amigos de La República que defendían al Clarín contra la señora K estaban de acuerdo con que la concentración de medios no era ni es algo que la libertad de prensa ni la pluralidad de opiniones tenga que temer. Siendo ellos –digo, mis colegas y amigos de La República– "paladines morales" de esas libertades, ¿cómo no podría ser de otra manera?

Pero el asunto es que, hoy, las opiniones han cambiado dramáticamente porque, quizás, las libertades que ellos defendían entonces como santas no corresponden hoy con sus intereses y opiniones políticas. De ahí se sigue que si lo que hace empresarialmente El Clarín en Argentina es bueno para la libertad de prensa, la pluralidad de opiniones y la democracia, en el Perú lo que hace el Grupo El Comercio –y que es lo mismo que empresarialmente hace El Clarín– es malo.

¿Por qué? Bueno, supongo yo que por dos razones ya que, por lo que estamos viendo, los principios huelgan. La primera es que es fácil opinar sobre lo que pasa afuera porque en nada nos afecta. Y lo segundo y más importante: porque no trabajan para el Grupo del que buena parte de los que hoy se rasgan las vestiduras en La República fue expectorado.

Tal vez se hayan arruinado algunas ilusiones de expectativas de mayor expansión profesional, quién sabe. Pero resulta gracioso que los que más alzan la voz sobre el acaparamiento de espacios para expresarse y opinar sean los que salen hasta en la sopa mañana, tarde y noche en programas de TV de señal abierta y cerrada, radio y prensa escrita.

Lo último que faltaría para que el chiste esté completo es que terminen invocando, para el Perú, la ley de medios de la señora K. ¿Digo nomás?