¿Un valsecito, hermanito?: Entrevista a Mario Vargas Llosa (Francesca Montovani)
¿Un valsecito, hermanito?: Entrevista a Mario Vargas Llosa (Francesca Montovani)

A tiempo de vals y en fecha propicia —el Día de la Canción Criolla— presenta al respetable Le dedico mi silencio. Lalo Azpilcueta, “un hombre típico del Perú” considera que en la música criolla radica la clave para lograr la esquiva unión nacional: Para ello debe escribir la novela perfecta. En sus páginas aparecen , José Durand, , Caitro Soto y otras glorias del cantar popular. La huachafería peruana discurre a lo largo de la historia como banda sonora de nuestra identidad, única e irrepetible por gracia de Dios.

Esta novela es para leerla con una copita de pisco al lado. ¿Cuál fue la historia secreta de su gestación? ¿A veces tarareaba mientras escribía?

La gestación fue, como siempre que he escrito novelas, desde una visión que me iba empujando en una determinada dirección. Mientras escribo me dejo llevar y sigo la línea argumental por donde ella me lleva, y me llevo sorpresas. Siempre quise escribir sobre la música peruana, no solo por mi afición (naturalmente que he tarareado mientras escribía), sino porque me vincula a mi juventud, a los recuerdos felices y no tan felices, y a mi etapa formativa del Perú, y creo que, al pensar que quizás sea esta mi última novela, instintivamente quise que estuviera dedicada a mis raíces, al Perú tan querido para mí.

Toño Azpilcueta convoca el espíritu de Pedro Camacho. El lector lo lee a usted, o a él, o a ambos, o no se sabe a quién, en ese juego de espejos omniscientes reflejados en el epígrafe de Salvador Elizondo de La Tía Julia y el escribidor: Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente, me veo escribir que escribo y también puedo verme que escribo… ¿Le dedico mi silencio es un viaje a la semilla?

Me sorprende que convoques el espíritu de Pedro Camacho asociado al de Toño Azpilcueta, pero me alegro de que se vea una continuidad entre ambos personajes. En cierta forma, Le dedico mi silencio es un viaje a mis orígenes. Como mencioné, siempre quise escribir esta novela, una historia sobre el vals criollo, pero nunca me atreví hasta ahora. Ha habido personajes que tocaban la guitarra y eran músicos en algunas novelas, pero era un asunto tangencial. No sé cómo ha salido, pero creo que he trabajado con la misma libertad con la que he escrito mis otras novelas. En mi época de La Crónica, cuando estaba terminando el colegio, recorrí muchos lugares donde se tocaba música criolla con mis compañeros de trabajo y en mi familia había un tío que era un loco del criollismo, y todos esos recuerdos deben haberme empujado, desde el subconsciente, a escribir sobre música. Además, cuando he estado lejos del Perú siempre he escuchado esta música, probablemente porque me vincula, como dices, a la semilla.


MANO EN LA ESPALDA. Jarana criolla en pleno, donde el vals aún persevera. (El Comercio)
MANO EN LA ESPALDA. Jarana criolla en pleno, donde el vals aún persevera. (El Comercio)

La huachafería es una visión peruana del mundo, que —tal como dice Azpilcueta– reúne generosamente ternura, pretensión y originalidad en sí misma: “el aporte más importante del Perú al mundo de la cultura”. Suscribo. La huachafería es nuestra y se hace querer. ¿Qué opina Mario Vargas Llosa sobre ella?

La huachafería es una visión peruana del mundo y es también la esencia de la peruanidad, una manera de expresarse que no tiene comparación. No sé si es el aporte más importante al mundo de la cultura, pero sí creo que la huachafería es nuestra y se hace querer, como dices. Basta que un peruano se tome una copa para que comience a decir huachaferías. Pero hay huachafos y huachafos, cada clase social tiene su prototipo sintetizado. Y ay si se la tocan y se la roban. Y además hay huachaferías reservadas para determinadas circunstancias, y ese estado es muy importante. Las que dicen los hombres a las mujeres que enamoran, y luego a las casadas, y luego a las viudas, las huachaferías que uno dice cuando habla de política, no tienen nada que ver con las relacionadas con la alcoba, y así hay una para cada especialidad. A pesar de ello, nunca un peruano piensa o reflexiona sobre estas cosas. Actúa y se llena de palabras que son hermosas y originales. Y hay huachafería en todos los estratos sociales. Aunque hay huachafería en otros países, por ejemplo en Latinoamérica, no hay duda de que es sobre todo peruana.

El vals criollo, huachafo por naturaleza, es quejoso, llorón, nostálgico, y dramático. Y muchas veces vengativo: que sufra mucho, pero que nunca muera. ¿Cuánto de gozo hay en la pena? ¿Por qué estas emociones melodramáticas nos tocan tantos nervios a los peruanos?

El vals criollo es llorón, nostálgico y dramático, pero no creo que sea vengativo. Perdonar a la amada es la ilusión de todos los que los cantan. Y también es cierto que no siempre es huachafo. En algunas citas que se encuentran en mi novela puede verse que, a veces, el vals está muy lejos de ser huachafo y yo diría que se toma muy en serio esos sentimientos que explora. Y esos temas nos tocan a los peruanos porque somos emocionales y sufridos. Pero no nos gusta hablar en serio. Y preferimos la risotada a las palabras serias. Y esto es típicamente peruano, por eso, es muy difícil que la huachafería la entiendan los foráneos. Por otra parte, el melodrama es también una manera de expresarse típica del Perú y está envuelto en muchos velos. Pero si se desmontan estos, la huachafería siempre irrumpe.

MAESTRO. Caitro Soto, cajonero.
MAESTRO. Caitro Soto, cajonero.

La utopía bailable de Azpilcueta, la ambición de cuajar ese libro perfecto y total capaz de sustentar la unión nacional a través del vals criollo, acaso tenga sucedáneos temporales: El Perú es (casi) un solo país cuando juega la selección; cuando compartimos comida peruana; o cuando rajamos de alguien ausente. ¿Azpilcueta se hubiera contentado con estas variantes?

En mi opinión nada une mejor a los peruanos que la música. En el resto de las aficiones, la hermandad me parece más pasajera. En el fútbol, es flor de un día. Pero Azpilcueta es un peruano perfecto, y sobre todo, en su manera de pensar y de hablar. Por ejemplo, lo más típico sería, en él, no terminar aquello que escribe. Pero que lo termine es ya un éxito. No es el caso típico de los compatriotas, tantas cosas en el Perú se quedan a medio hacer o se hablan y no se hacen. Azpilcueta por supuesto se hubiera contentado con esas variantes, y con cualquier otra. Es un hombre típico del Perú, sobre todo con sus especulaciones que van más allá de lo realista. Tiene una utopía que lo anima, una idea fija que lo empuja a realizar su proyecto. Solo que luego ocurre lo que los lectores descubrirán, algo muy peruano.

Del salón al callejón, así llegó al Perú el vals europeo. ¿El callejón es una matriz de fusión y peruanidad? Extrapolando, el Rímac no es el Mississippi, ¿pero el vals criollo es el blues peruano?

Hay muchas versiones de cómo llegó el vals, y esa es una de ellas. La idea sería que el vals vienés viajó al Perú y en el Perú cobró, en los callejones, una forma nueva y distinta y de allí saltó a otros estratos sociales. Hay versiones que dicen que ni siquiera nació en Lima sino en otras ciudades. Lo cierto es que la Vieja Guardia es la que le da el gran impulso en las primeras décadas del siglo XX. La comparación con el blues tiene límites, pero hay algunas cosas en común, por ejemplo las raíces populares y su capacidad para extenderse a otros estratos de la sociedad. También comparten una cierta melancolía y nostalgia. Pero no iría más lejos en la comparación.

Las ratas imaginarias de Azpilcueta, aquellas que atentan contra el efecto unificador del vals, existen en la vida real bajo otras encarnaciones: demagogos, violentistas, corruptos. Pero no hablemos de ellas en la víspera del Día de la Canción Criolla, hablemos de nuestro santoral: ¿Quiénes son – y por qué— los tres mejores intérpretes y compositores criollos de todos los tiempos?

En mi opinión, los tres mejores intérpretes, y en ese término incluyo compositores, son, a mi modo de ver: Felipe Pinglo, Chabuca Granda y Cecilia Barraza. A Felipe Pinglo no se lo puede tocar, porque sus fulminaciones matarían a cualquiera. Chabuca Granda llevó la música peruana a los escenarios internacionales, es nuestra artista más conocida en el extranjero. Y creo que Cecilia Barraza ha sido la más elegante cantora de valses que haya existido en el Perú. Mi novela es en parte un homenaje a ella, la más estimada para mí de todas las cantantes del Perú. Es un personaje de mi novela.

La música criolla no ha muerto ni seguirá muriendo; se dice ahora con sorna para hacer referencia al declive en lo que a la popularidad del género se refiere. Primero lo embistió la salsa, luego la cumbia, ahora el reguetón. ¿Cómo explicarles a los más jóvenes que Pinglo, Polo Campos, Chabuca, tenían en una uña más talento del que Bad Bunny nunca jamás conocerá?

No hay que combatir a los más jóvenes, convencidos de que Bad Bunny es uno de los mejores artistas que se conoce, o si prefieren su música a otra. Si eso lo dicen en serio, no saben lo que se pierden, pero cada persona y cada generación tiene derecho a sus preferencias. Creo que en el vals criollo, sin embargo, hay una profundidad, una expresión de la cultura peruana que otra música popular no siempre tiene, tampoco en otros países. Fuera de toda broma, creo que el tiempo da trascendencia a la calidad, lo mismo sucede con otras manifestaciones de la cultura. Y fíjese que esta música duró todo el siglo XX y ahora un tercio del siglo XXI, y sigue siendo lo que es. El tiempo ha dado su veredicto, para decirlo un poco en huachafo.


LA ELEGANCIA. Joven Chabuca Granda haciendo honores a la música criolla.
LA ELEGANCIA. Joven Chabuca Granda haciendo honores a la música criolla.

La variable mortuoria del vals está debidamente relievada en la novela citando a El Guardián, que en la voz de Jesús Vásquez hace bailable en compás de ¾ el estremecedor pedido de cerrar el cementerio. ¿Qué opinión tendría Azpilcueta de El Pirata? Otra delicia filosófica, especialmente cuando refiere que el temor no es a la muerte sino a la inmovilidad…

Como dice Azpilcueta, el criollismo no solo es alegría y divertimento, hay una reflexión filosófica sobre el ser humano, hay una cierta metafísica. Mucha de la amargura que se encuentra en el vals tiene que ver con esa razón filosófica, justamente, no es un sufrimiento puramente masoquista, tiene una raíz honda. En El Guardián eso se ve claramente, es una reflexión sobre la muerte. Y El Pirata que mencionas tiene poesía, la letra sobre la muerte es profunda y poética, Azpilcueta habría dicho cosas interesantes, seguramente.

El silencio en una plaza de toros es una expresión de respeto hacia el torero quizás aún superior al aplauso. Acho lo tiene. Pero en otra clase de arte —en la música como sería el caso de Lalo Molfino, o en la literatura tratándose de usted— el asunto se complica. El torero se corta la coleta, pero sigue toreando de salón sillas o cualquier objeto inanimado. ¿Un escritor puede retirarse? ¿Puede dejar de fantasear, de imaginar desenlaces alternativos, renuncia a encontrar significados imaginarios que se hacen reales al convertirlos en lenguaje?

Jamás. Un escritor no se retira nunca, si decide dedicarse a este oficio tiene que cargar con él hasta su muerte. Espero que, en mi caso, las fuerzas me acompañen para morir con una pluma en la mano, con una frase sin terminar. No creo que pueda escribir otra novela, como ya lo he dicho, pero trataré de escribir otras cosas. Algunas veces he dicho que uno no elige la literatura, sino que ella lo elige a uno, por eso no se puede renunciar del todo a ella nunca.


DOCTO. José Durand Florez, escritor, historiador, melómano, está en la novela.
DOCTO. José Durand Florez, escritor, historiador, melómano, está en la novela.

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