Usualmente el glosario de palabras es extenso y generoso cuando queremos lanzar halagos. “Es un genio”, decimos admirados y sin complicaciones. “Un erudito”, repetimos, sin dudas. Aunque hay momentos —pocos, pero los hay— en los que la letra resulta corta. Donde tal o cual palabra no nos suena como la indicada ante el exceso de talento y alma. Para describir una presentación redonda capaz de conmover al más severo de los públicos, el flamenco español ha ideado una fórmula verbal. “Tiene duende”, dicen. El poeta García Lorca le dedicaría a esa peculiar frase un texto completo donde citando a Goethe diría: “Es un poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica”.

Y justamente eso fue lo que sintió el periodista Bernardo Roca Rey Miró Quesada la noche en que escuchó por primera vez a . “Manzanero tenía duende”, recuerda.

EL JOVEN MANZANERO

Bernardo Roca Rey cuenta que esta historia ocurrió entre 1960 y 1961, un domingo en la casa familiar de la avenida Javier Prado. Tenía 16 años y toda la familia Miró Quesada se disponía a participar de la comida de las 7 de la noche. De pronto, alguien tocaría la puerta. Chabuca Granda, muy cercana a la familia, llegaba a visitarlos. No era sorpresa, la compositora —ya una estrella por aquellos años— podía darse esa licencia. Sin embargo, llegó junto a un desconocido joven mexicano.

Aquel muchacho era Armando Manzanero, quien por aquellos años colaboraba en algunos proyectos musicales con Chabuca Granda. Tenía apenas 25 años.

“Tienen que escucharlo”, dijo Chabuca a la familia encabezada por Luis Miró Quesada. La compositora buscaba convencerlos de que aquel músico bajito era digno de una entrevista en el diario El Comercio. Es así que tras unos minutos Manzanero ingresó a la gran sala de la casa donde un bello piano de cola solía ser la estrella.

De pronto se armó un público, pequeño pero exigente, alrededor de él. Veinticinco personas entre adultos, jóvenes y niños. Manzanero comenzó tocando a Mozart para luego seguir con sus propias creaciones a pedido de Chabuca Granda.

“Han pasado 60 años y lo recuerdo a él como si fuera ayer. Sentarse con alguien que podía tocar a Mozart, pero también música doméstica, de peña, valses. La primera carta de Manzanero fue mostrarnos lo que sabía hacer y luego lo que particularmente sabía. Para mí fue la máxima expresión de un músico”, comenta Bernardo. La promoción en el diario fue más que merecida.

“Todos los que escuchamos quedamos embelesados, enamorados de este potencial creador. Nadie se movió. Chabuca no se había equivocado”.

Manzanero le confesaría años después al periodista mexicano Federico Arreola que aquella noche en la casa de los Miró Quesada y, gracias a Chabuca Granda, quedaría convencido de que podía ser su propio intérprete.

Sesenta años después de la noche del recital, Bernardo no olvida a su amigo mexicano, con quien se siguió viendo varias veces después de ese recital. Conmovido, rebusca entre sus recuerdos un adjetivo para definirlo. Fracasa, pero más bien suelta algo mejor: “García Lorca diría que Manzanero ‘tenía duende’. Por eso sesenta años después de aquel día seguimos hablando de él”.


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