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Redacción PERÚ21

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Pedro Salinas,El ojo de Mordorpsalinas@peru21.com

Así se llamaba aquella tortuga gigante que habitaba en el Pantano de la Tristeza, de edad indefinida y de ojos grandes como charcos negros, a la que nada le importaba, y que prácticamente ni se movía, y que pergeñó el escritor Michael Ende en La Historia Interminable. No sé si conocen el cuento, pero en mi caso, cada vez que evoco al personaje pienso en Benedicto XVI y en la anquilosada institución que jefatura.

Bueno. En eso pensaba cuando me fui enterando, en los últimos días, que, mientras en el Perú los representantes ensotanados de la Iglesia Católica quieren hacerse –desesperadamente– de los inmuebles de la PUCP, en Europa se está iniciando una crisis eclesial que al Papa debe estarle produciendo algún tipo de incómodo cosquilleo, de esos que te recorren las ingles y te mueven el estómago.

Por lo pronto, a las denuncias de abusos sexuales (que no tienen cuándo acabar ni cómo resolverse), se han sumado irregularidades financieras, asociadas a mafias y blanqueo de dinero en el Banco del Vaticano; filtraciones escandalosas que han sido bautizadas como 'vatileaks'; pugnas internas que solo denotan ambición por el poder. Y para colmo, el Gobierno italiano ha eliminado algunos de los consuetudinarios privilegios fiscales de los que gozaba la Iglesia, que significarán el pago de millones de euros anuales al Estado. Y en ese plan.

Y de todo esto nos hemos percatado, de súbito, en pocas semanas. El caso es que, de todas las que he leído, la que más ha llamado mi atención es la de este movimiento nacido en Austria, denominado "Llamado a la desobediencia", que estaría expandiéndose rápidamente y ya estaría alcanzando ramificaciones importantes en Irlanda, Alemania y Francia. O sea, si no estoy interpretando mal lo que viene ocurriendo al interior del "cuerpo místico de Cristo", lo que se está gestando es un cisma en toda regla. Un cisma progresista, sospecharán, que está siendo "apoyado por cientos de curas y una patrulla de obispos", como ha comentado el periodista Julio Algañaraz.

El líder de esta iniciativa rebelde se llama Helmut Schueller, de 59 años, quien es apoyado por cuatrocientos sacerdotes de Austria y ahora se le conoce como el "Lutero austríaco". Esta corriente de protesta reclama terminar con el celibato obligatorio; permitir la comunión de los divorciados vueltos a casar; instalar el sacerdocio femenino; darle a los laicos un rol más importante en la eucaristía, permitiéndoles predicar y administrar los sacramentos cuando no hay sacerdotes; respetar a los homosexuales y hasta bendecir sus uniones.

Entre otras cosas, evidentemente. Porque el pliego de reclamos es más grande. Pero a lo que iba. Pura herejía, es decir. De acuerdo con los cánones actuales, obviamente, que son de la era de los Picapiedras.

No obstante, era lo previsible, supongo. En organizaciones rígidas y totalitarias, como la católica, este tipo de vertientes díscolas aparecen cada cierto tiempo, precisamente como reflejo de su inflexibilidad y la necesidad de un cambio sustantivo, acorde con los nuevos tiempos. Los clérigos conservadores y ortodoxos, como era de esperarse, están reclamando "medidas canónicas sancionatorias". Léase, que excomulguen a los que piensan distinto. Y Schueller ha respondido: "No tememos excomuniones ni queremos un cisma, sino que la Iglesia nos escuche y dialogue".

Pero claro. Como sabemos que eso no va a ocurrir, qué quieren que les diga, intuyo que, para variar, el Papa y sus cardenales terminarán cepillándose la realidad. Como siempre.