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Redacción PERÚ21

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Pedro Salinas, El ojo de Mordorpsalinas@peru21.com

Hace algunos meses publiqué una modesta investigación sobre mis raíces familiares, que supuso un viaje en el tiempo y me remontó hacia mediados del siglo XVII, a un pequeño pueblo con aire nostálgico, de antigüedad sepia, de esos que no pueden explicar su presente sin antes explicar su pasado, y se encuentra al norte de Burgos: Torme.

En ese lugar vivió mi antepasado más remoto y directo, del que se tiene noticia: Juan de Salinas. De él descendemos una buena porción de los Salinas que vivimos en el Perú. Un pequeño grupo de los tataranietos de Juan decidió emigrar a estas tierras "para aumento de sus caudales", hacia finales del siglo XVIII, para asentarse en Sayán.

Escribí el libro, De Torme a Sayán, por razones instintivas, creo. Y, la verdad, sin proponérmelo. Quizás para satisfacer mi propia curiosidad. Para saber de dónde venía. Porque intuía que en esa búsqueda iba a encontrar parte de mi identidad y de mi historia personal. Para poder reflexionar sobre mi propio destino. Y probablemente también porque sentí la necesidad de encontrar eso que Alejandro Jodorowsky y Marianne Costa llaman el "vínculo transgeneracional", que es cuando el inconsciente familiar interactúa con el inconsciente personal, tanto para lo bueno como para lo malo. No lo sé.

Lo cierto es que, como suele ocurrir en estos casos, luego de publicar la investigación recibí más información valiosa y fotografías y anécdotas y documentos de todo tipo, que, claro, ya no llegaron a consignarse. Lamentablemente.

De quien más referencias recibí fue de Guillermo Salinas Cossío (París, 1882 – Lima, 1941), al que le dedico una breve semblanza en el ensayo, cuando debió merecer un capítulo aparte.

Guillermo Salinas estudió Derecho en San Marcos. Fue abogado. Pero donde descolló fue en el ámbito del arte y la cultura, convirtiéndose en destacado crítico y profesor. Fundó la cátedra de Historia del Arte en San Marcos. Junto al pintor Daniel Hernández, creó la Escuela Nacional de Bellas Artes, mientras, en paralelo, sentaba los pilares de la Sociedad Filarmónica, la Sociedad de Filosofía, la Orquesta Sinfónica Nacional y la Alianza Francesa. Al parecer poseía una inteligencia de primer orden y andaba siempre en busca de la excelencia.

Sin embargo, esa prolífica vida se detuvo casi de sopetón. A los 58 años tuvo un accidente automovilístico. No murió en él, por cierto. Pero durante su internamiento médico le descubrieron aquella maldita enfermedad que ronda siempre agazapada entre mi parentela: el cáncer. Y falleció el 6 de mayo de 1941. Sobre él se dijo y se escribió:

- "El espíritu de este hombre no solo fue ponderado, sereno y culto, sino también realista (…) de ahí la solidez de la inteligencia de Salinas, donde todo era fruto sin hojarascas" ("scar Miró Quesada de la Guerra). – "Inteligencia fina (…) Ajeno a todo egocentrismo, dábase noblemente a la verdad, buscada con ardor; o se sumergía, olvidándose de sí mismo, en la belleza descubierta" (Víctor Andrés Belaunde). – "Raro varón este, tan medido y cabal en los dones espirituales del pensamiento claro, la sana sensibilidad y la recta y noble conducta" (José Gálvez). – "Sabio en cosas de arte, músico por todas sus fibras, futuro e irreemplazable historiador del arte peruano, desde una cabeza de huaco hasta el matiz de un yaraví" (Ventura García Calderón).

Y bueno. Que estas líneas sirvan para recordarlo y reparar mis omisiones en el libro.