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Redacción PERÚ21

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Guido Lombardi,Opina.21glombardi@peru21.com

El comunicado del Ministerio del Interior atribuyéndose, sibilinamente, el hallazgo del cadáver del joven suboficial es vergonzoso.

Solo ese hecho merecería la renuncia del responsable político del sector, aunque en ese momento se hallara a miles de kilómetros de distancia, disfrutando de las cálidas aguas del Caribe. Que permanezca, aferrado a su fajín, es algo que ya hemos visto en el pasado y –mucho me temo– seguiremos viendo en el futuro: la dificultad para asumir responsabilidades sobre nuestros actos y sus consecuencias.

Lo verdaderamente extraordinario en este asunto reside en escuchar diversas voces que, en todos los tonos, exigen la permanencia del señor Lozada como responsable de la seguridad del país.

El argumento que se esgrime hasta el cansancio es que una eventual censura parlamentaria e inclusive el más sencillo procedimiento de aceptar su renuncia al cargo, significarían un triunfo para los subversivos que de ahora en adelante podrían vanagloriarse no solo de derribar helicópteros, causar decenas de bajas entre los efectivos de nuestras fuerzas policiales y militares, ocupar zonas enteras del territorio nacional secuestrando, esclavizando y adoctrinando niños para la sedición y el crimen, sino –¡horror de horrores!–, de haber derribado a un ministro.

Cuando resulta absolutamente claro que son la ineptitud del mismo, su improvisación y su incapacidad para el cargo las causas de las desgracias que el país lamenta. Quienes así piensan, parecen estar defendiendo –más que a Lozada– al presidente del Consejo de Ministros que se vería arrastrado por la caída de su sucesor y hombre de confianza. Aunque esa especulación fuera correcta, la presencia de Lozada es insostenible. Ministro: váyase a su casa.