Los policías que ponen el pecho ante la violencia. Foto: Javier Zapata/Perú21
Los policías que ponen el pecho ante la violencia. Foto: Javier Zapata/Perú21

¿Qué pasa por la cabeza de un ser humano que sabe que en pocos días tendrá la responsabilidad de cuidar la vida de cientos de ciudadanos y de la suya también? ¿Cómo se prepara un suboficial de la Policía que en las próximas horas solo tendrá su escudo, su casco y su vara para detener a cientos de personas, entre ellas infiltrados violentos dispuestos a todo? ¿Qué pasa en el hogar con las madres, las esposas y los hijos mientras estos hombres y mujeres de uniforme cumplen la orden de hacer respetar la Constitución?

MIRE: El amargo sabor de trabajar en el Centro de Lima

El viernes, un equipo de Perú21 ingresó al lugar que en los últimos días se ha convertido en el corazón de la Policía Nacional del Perú: la Unidad de Servicios Especiales (USE), donde se forman y entrenan los especialistas en restablecer el orden público en la ciudad.

Los suboficiales Reynelda Ventura, Julio Alata y Santos Purizaca son los rostros de los que dentro de tres días pondrán el pecho por todos nosotros. Los que estarán en la primera línea de defensa del orden público. Los que saldrán de casa, el miércoles 19, sin saber si volverán a ver sus hijos, sus padres o sus esposas.

Alata y Purizaca son motociclistas que, en compañía de los escuderos, actúan en binomio para cuidarse entre ellos. El escudero está pendiente de lo que sucede adelante y los motociclistas dan visión de los laterales. Si alguien externo intenta atacar, los suboficiales sostienen a sus compañeros. Ellos forman parte del Grupo de Intervenciones Rápidas (GIR) de la USE y están en primera línea en disturbios públicos protegiendo a la ciudadanía, y al mismo tiempo velando por su integridad. Aunque no siempre todo termine como se lo proponen.

El 24 de enero pasado, el suboficial Purizaca perdió parte del dedo meñique de su mano derecha tras ser impactado por un explosivo artesanal conocido como “avellana”. Armas de este tipo fueron utilizadas para atacar a decenas de policías que, como Purizaca, cumplían con su labor durante las protestas en contra del gobierno de Dina Boluarte. Sus padres estaban en Lambayeque y su hijo de cinco años lo esperaba en casa cuando le amputaron el dedo en Lima.

Los días en la USE no son rutinarios. Un día van a una marcha en el Centro de Lima o a cubrir un partido de fútbol en el Estadio Nacional. Y otro día a una manifestación como el ‘Moqueguazo’ de 2008, a la que la suboficial Ventura —madre de una niña de cuatro años— fue enviada. Durante el paro, mientras Reynelda y otros policías intentaban subir a una pendiente para alejarse de las piedras que caían de todos lados, uno de sus compañeros fue herido con una huaraca en la boca. Un grupo de sus colegas también fueron tomados como rehenes, recuerda la suboficial. “Era una gente así con tanto odio. No puedo llamarlo otra cosa”.

Debido a la naturaleza de las operaciones, los suboficiales tienen que estar preparados para lo peor. Cada turno empieza a las 6:45 a.m. Los suboficiales desayunan ahí. Esa mañana había caucau y café. Después de la formación siempre hay una charla sobre el control de multitud y orden público seguida por prácticas de calistenia. Además, trabajan con tres psicólogos que brindan charlas sobre diferentes temas, entre ellos, saber cómo manejar sentimientos y emociones como la ira en situaciones de tensión y violencia.

La suboficial Ventura —que vino de Cajamarca a Lima cuando tenía 17 años para convertirse en policía— usa la escopeta lanzagas cuando hay descontrol. Reynelda sabe que las preparaciones psicológicas son de gran ayuda, y admite que el autocontrol es fundamental para poder cumplir su trabajo eficientemente. Pero también reconoce que, si una persona infringe la ley, debe usar la fuerza, pero esta tiene que ser progresiva.

“Si yo ya tengo a alguien controlado, simplemente me tengo que calmar. Si no lo hago, no estaría cumpliendo bien mi labor”, dice la suboficial. Reynelda trabaja en la Policía Montada de El Potao en el Rímac. La suboficial había pedido permiso para asistir esa mañana al colegio de su hija Cataleya para verla exponer por el día del logro. Pero sus planes cambiaron la noche anterior, cuando recibió una llamada de su jefe para informarle que debía ir a la Prefectura de Lima en la Av. España.

El suboficial Alata también ha tenido que sacrificarse. Alata habla quechua y vino de Cusco para estudiar en la escuela policial de Puente Piedra. Al llegar a Lima, alquiló una habitación con cinco compañeros. El suboficial tiene una respuesta genuina y sencilla cuando le preguntan por qué quiso convertirse en policía: “Tengo el don de proteger a las personas”. No hay más explicación.

Sin embargo, confiesa que los policías no están para recibir golpes. “Nosotros sentimos”, reflexiona Alata. “Si nos hieren, nosotros también nos defendemos”.

Muchos ciudadanos no confían en el uniforme, pero detrás de ese traje negro, de ese casco y de ese escudo, deben saber que se ocultan personas con sueños, con anhelos, con hijos, dispuestos a dejar todo en el pavimento, para que los peruanos podamos dormir, una noche más, en paz.

“Si no fuera policía, sería profesor de danza”


JULIO ALATA: DE LA MOTOCICLETA AL BAILE

Siempre he tenido ese don de proteger a mis seres queridos desde la primaria. Ingresé a la Policía en secreto. Pensé que me iban a mandar a la escuela de Cusco, pero me enviaron a Lima. Mis padres estaban muy contentos, pero estaban más sorprendidos. Era el primer policía de la familia.

Cuando llegué aquí, no tenía dinero. Mi familia no tenía recursos. Me junté con cinco amigos y alquilamos una habitación. Ahorrar y ahorrar era la consigna. Ahora que ya soy motociclista de la USE, puedo ir a Cusco a ver a mis papás y hermanos. Aún no tengo familia en Lima, pero seguro en algún momento. Así que me entretengo ayudando a un amigo en su taller de estructuras metálicas o ayudando a mi hermana picando tierra. Se acaba de mudar y está construyendo su casa.

El ambiente en las manifestaciones es muy tenso. Yo, que estoy en primera línea, con el dolor de mi corazón tengo que decir que algunos policías no son bien vistos. Cuando fui a Valle de Tambo en Arequipa en 2019, no había cómo escapar de las piedras. Simplemente teníamos que confiar en el grupo. Esas cositas te hacen también tener miedo y pensar que en la próxima puedes tomar mejores decisiones.

Pero no todo es malo. Acá dentro de la institución tenemos campeonatos, ceremonias bien bonitas. A veces organizan danzas en los aniversarios. Es bonito bailar. O sea, yo siendo policía no pensé bailar de nuevo. Si no fuera policía, probablemente sería profesor de danzas. Me llama mucho la atención.

“En el fondo duele, pero estamos preparados”


REYNELDA VENTURA Y SU AMOR DE MADRE

Yo soy de Cajamarca, de San Miguel. Tenía una vida súper feliz, tranquila en el campo. Mi abuelo siempre quiso que uno de sus hijos sea policía. Crecí con esa idea. Terminando la secundaria vine a Lima. Me preparé un año hasta que ingresé a la Escuela de San Bartolo. Una escuela de suboficiales mujeres. Fue algo un poco chocante. Éramos como 240. Tenías que convivir con personas distintas, desligarte de tu familia. Pero yo estaba firme en lo que quería hacer.

Ya tengo trabajando 17 años en la USE. Es difícil. Cuando todo se descontrola, se usan agentes químicos y uno sufre al principio. En las protestas yo salía a caballo. Estaba en Camaná cuando me cayó un ladrillo en el brazo. Esperemos que esta vez no lleguemos a esos extremos. En este oficio hay que ser empático, actuar con fuerza cuando se requiere y medirse al mismo tiempo.

También recuerdo que en Tacna fuimos a una marcha de construcción civil. Y justo le cae a una compañera una bomba casera y le explota en el pie. Le reventó todos los dedos. Ya no regresó a trabajar a la USE. Ahora está en oficina.

No es un trabajo fácil. En la pandemia, por ejemplo, nadie salía a la calle. Solo los policías. Mi hijita tenía un año y yo no iba. Era una mezcla de angustia, pena y temor.

Trabajar en USE significa ponerte en la faena, seguir y llevar el casco, sacar tu escudo y tu vara de ley e irte al lugar menos esperado.

“Me amputaron el quinto dedo de la mano”


LA FUERZA DE SANTOS PURIZACA

Yo me hice policía por vocación. Tuve el impulso por mi papá, él fue licenciado de las Fuerzas Armadas. Me interné en la escuela de Puente Piedra, ya tengo como 9 años en Lima. En la provincia de Lambayeque están mis padres y tengo un hijo de cinco años.

Nos sentimos orgullosos de pertenecer a esta institución. Nos preparamos diariamente. Pero nunca voy a poder olvidar lo que me pasó el día 24 de enero de 2023. Fui lesionado, en la parte de mi mano derecha, el quinto dedo me amputaron. Lo que yo observé fue que me lanzaron alguna avellana. Al principio no lo podía aceptar, pero agradezco a Dios que no fue de gravedad. Estoy recibiendo ayuda psicológica por eso.

Me gusta mi trabajo en la unidad en donde pertenezco y no se me pasó por la mente retirarme. Aparte siento que mi familia se siente orgullosa. Mi hijo ya sabe qué es un policía, un bombero. Me dice “yo también quiero ser policía, papito”.

No sabemos exactamente qué grado de peligrosidad puede existir. La agresividad va netamente a la Policía. Nos ven como que queremos que ellos no continúen su marcha. Pero nosotros estamos para garantizar el mantenimiento y restablecimiento del orden público.

Nosotros no prohibimos las protestas. Pero llamo a que lo hagan conforme a la ley. Pacíficamente. Nosotros no somos los culpables de los problemas políticos que están sucediendo en nuestro país.

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