"Nadie nace en un cuerpo equivocado; como sostiene la teoría queer de la nueva izquierda posmoderna y que ya se cumple en los baños del aeropuerto limeño". (Foto: GEC)
"Nadie nace en un cuerpo equivocado; como sostiene la teoría queer de la nueva izquierda posmoderna y que ya se cumple en los baños del aeropuerto limeño". (Foto: GEC)

La hegemonía cultural de la nueva izquierda ha logrado desarrollarse dentro de una gran parte del sector empresarial a través del mito potente de que “un mundo mejor es posible”. Estimado lector, usted dirá que es evidente que todos — empresarios o no— queremos “un mundo mejor” y sobre todo que “sea posible”. El problema no radica entonces en que todos debemos hacer esfuerzos para que el “mundo sea mejor y sea posible”. El detalle del asunto está en quién o quiénes definen o dictan los parámetros de lo que debe ser ese “mundo mejor”. Es en esta última idea donde los argumentos desarrollados por la nueva izquierda —posmoderna y posmarxista— han ganado terreno e influencia en un grueso sector del empresariado de aquí como de allá.

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De allí entonces, y en nombre de este “mundo mejor”, una empresa administradora del aeropuerto de Lima se permite que personas con “identidad de género femenino” puedan entrar a los baños otrora exclusivos para el sexo femenino. En su defensa, el empresario argumenta que está comprometido —ética y moralmente— a hacer de este “un mundo mejor” y “sin discriminación”, soslayando la enorme barrera de la ciencia.

No quiero quedarme a discutir sobre las diferencias entre sexo y género, y cómo esta última ha logrado superponerse (en el terreno del constructo cultural) a la razón, la ciencia y a la biología como una verdad absoluta. Vale decir que cualquier persona tiene el derecho a una orientación sexual sin discriminación alguna; no obstante, nadie nace en un cuerpo equivocado; como sostiene la teoría queer de la nueva izquierda posmoderna y que ya se cumple en los baños del aeropuerto limeño.

En otros terrenos, la nueva izquierda ha logrado desarrollar algunas premisas que si se cumplieran de manera estricta llevaríamos a nuestra industria (pequeña si se compara a los grandes países industriales) a la quiebra. El Perú tiene una emisión de CO2 toneladas/per cápita de apenas 1.64; en tanto que otros países quintuplican la cifra y, sin embargo, no se han comprometido a ningún objetivo del milenio. En la minería moderna, la nueva izquierda nos dice que el Perú debe ser un país posextractivista, es decir reducir la producción moderna de nuestros minerales, aun cuando el cobre peruano será el mineral de la cuarta revolución industrial —más verde y más “sostenible”—. Semejante contrasentido tiene argumentos ideológicos, esencialistas, sin ciencia ni razón de por medio.

Así, la nueva izquierda ha logrado pescar a un gran sector del empresariado tanto de aquí como de allá, que además hace denodados esfuerzos de relaciones públicas y publicidad para mejorar sus índices de reputación ante los consumidores. Todos queremos un mundo mejor, un mundo más sostenible, sin discriminación, con menos pobreza y mayor bienestar social y económico; pero la ruta que nos propone la nueva izquierda posmoderna es la dictadura de la sin razón. Por allí no es.

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