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Max Hernández: “En el Perú se ha abusado ferozmente de la intolerancia”

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Fecha Actualización
Max Hernández le tiene fe al Perú y confía en su capacidad de salir adelante. La respuesta a nuestros problemas, sostiene, la tenemos que construir todos como sociedad.
¿Cómo llega nuestro país  al bicentenario de su independencia?
Lo primero que tendríamos que tener en cuenta es cuán complicada fue la gesta independentista para los peruanos porque el Perú era el centro del virreinato español de América Latina. Hubo un conflicto muy grande, particularmente en la élite criolla, entre aceptar la independencia, que afectaba privilegios, pero al mismo tiempo se enfrentaba –con la corriente independentista tanto del sur con San Martín, y mucho más con Bolívar desde el norte– a cierto sentido de nacionalismo peruano que estaba muy marcado, como dicen los investigadores de historia, por el narcisismo limeño; es decir, el Perú se veía desde Lima y Lima veía el Perú como un espejo de sí misma (…). No olvidemos también que los prejuicios raciales eran muy poderosos. Fue un primer siglo complicado y el segundo siglo, veinte años de república aristocrática donde hubo una democracia reservada a las élites. Luego vinieron el leguiismo, la irrupción de partidos políticos de masa, intentos revolucionarios, dictaduras y una tibia apuesta por la democracia interrumpida muchas veces por golpes de Estado.
¿Hemos logrado desprendernos de ese narcisismo limeño, de esos prejuicios raciales y ese centralismo de los albores de la república?
Me temo que no. La descentralización, con todos los defectos que uno pueda ver en su institucionalización, ha sido un paso adelante importante.
¿Cuáles han sido nuestros principales errores?
Un error muy grave ha sido, sobre todo, de nuestras élites. Octavio Paz decía que América Latina es el extremo occidente. Nos sentimos más europeos que los europeos y más gringos que los gringos; adoptamos costumbres, modos de pensar europeos o americanos y los llevamos al extremo, sin entender que nuestra realidad es completamente distinta a la de Europa y a la de Estados Unidos. Somos un continente mestizo porque tenemos incorporadas, aparte de múltiples etnias peruanas, contingentes europeos, españoles, italianos, alemanes, judíos del este, japoneses, etc. Somos una inmensa pluralidad y tenemos que pensar en plural, no en singular. Si no entendemos a los otros, entre nosotros no vamos a poder dar los pasos necesarios para construir esa inmensa posibilidad que es el Perú.
Habla de la necesidad de entendernos y para eso tenemos que dialogar y eso implica saber escuchar. ¿Nuestro país tiene una cultura de diálogo?
Me temo que poca, pero no creo que somos los únicos. El problema es que acá tendemos a creer que si estamos en lo cierto, el otro está equivocado y, lo que es más grave, que debe ser malo si no acepta mis razones (…). En el diálogo político, sobre todo, no solo se juegan verdades fácticas, se juegan ilusiones, y hay dos emociones muy fuertes, una que puede llevar a la soberbia y otra al resentimiento. Entonces, ¿cómo es posible un diálogo si yo tengo la soberbia de creer que mis privilegios me autorizan a todo porque me corresponden y me los he ganado y siento que quien no tiene esos privilegios no merece respeto, y el otro lado se siente resentido porque no ve que algunos privilegios los he ganado con mi esfuerzo intelectual, físico o material y tiene  resentimiento? Imagínese si hay diálogo posible.
¿Ese sería un reto camino al bicentenario: aprender a dialogar y escuchar?
Exacto. En el diálogo siempre hay un puntito de polémica, yo diría que, más que aprender a dialogar, tenemos que aprender a conversar y eso quiere decir escuchar no solo la idea del otro, sino sus emociones, las raíces de por qué piensa como piensa. Necesitamos una vasta conversación, una enorme capacidad de escuchar y eso quiere decir que el otro puede tener razones más válidas que las mías. Eso requiere también humildad de quien tiene el poder económico, intelectual, político y el de la fuerza también.
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¿Somos intolerantes?
Muchas veces, y me temo que en los últimos años se ha abusado ferozmente de la intolerancia. Francisco Belaunde escribió un breve libro muy interesante que se llama Entre fachos y caviares, donde plantea esta cosa terrible: de un lado acusan a una persona conservadora o medianamente de derecha o de centroderecha de facho, y a la inversa: cualquier persona de determinado sector considera que un pensamiento progresista es caviar o, peor aún, rojo. Entonces, si vamos a estar entre fachos y terrucos, la intolerancia va a ser absolutamente feroz y brutal, la posibilidad de construir un centro será cada vez más difícil y en estos momentos de gran incertidumbre, no solo por la pandemia, sino porque se viene un proceso electoral, la necesidad de aferrarse a un punto de vista se hace mayor y con ello la necesidad de descalificar al oponente.
En algún momento señaló que, cuando hay mayor angustia, se tiende a buscar un hombre fuerte porque se cree que nos protegerá del otro. En una crisis política como la que atravesamos, ¿ese es un riesgo latente?
Creo que sí. En situaciones de incertidumbre, la esperanza mesiánica en un salvador es muy grande (…) pero, ¿qué quiero? ¿quiero un hombre fuerte que me proteja o que me ataque? En ese sentido, la apuesta por la democracia es fundamental porque hay tendencias muy fuertes en el ser humano a buscar protección, fuerza y abuso (...). Hay contradicciones que nosotros no vamos a poder resolver rápidamente. La gente quiere en este momento soluciones inmediatas (...). Necesitamos una inmensa fe en nuestras posibilidades como peruanos y como humanidad de salir adelante.
Pero también necesitamos una mayor conciencia ciudadana que nos lleve a analizar mejor a quién le entregamos nuestro voto.
Sí. Nosotros mismos hemos elegido, pero no todos hemos elegido a quiénes elegir. Nos presentan un abanico de posibilidades, pero cuántos hemos participado en los procesos por los cuales se han producido las candidaturas (…). Podemos decir que la culpa la tenemos los ciudadanos por haber elegido mal. Yo lo que digo es qué oferta se nos da desde los partidos políticos para elegir. No es que tengamos una súper oferta en la que podamos tener una decisión muy clara…
¿Cómo hacemos entonces? Faltan pocos meses para los comicios y una pandemia que, asumo,  debe influir de alguna forma en nosotros.
Por supuesto. Van a ser unas elecciones sumamente complicadas porque hay expectativas inmensas y posibilidades muy limitadas. ¿Qué vamos a decirle a la gente? Las ofertas de los candidatos siguen siendo como ese vals “Parlamanías” de Los Troveros Criollos: “Las corvinas vendrán ya fritas con su Iimón sobre las olas”. Va a haber ofertas absolutamente impresionantes, con la conciencia de que las posibilidades son muy limitadas. Lo que hay que hacer, y la prensa debe plantear, es “señores, tenemos que pensar en lo poco que se puede hacer para hacerlo bien”, y eso demanda sacrificios de todos, de los que tienen y de los que no tienen.
¿Y cómo nos despercudimos de la corrupción? ¿Está en el ADN del peruano?
La tendencia a la corrupción está en el ADN del ser humano, no del peruano. El gran filósofo Kant decía que con la veta torcida del árbol de la humanidad es muy difícil hacer tablones derechos. No. Yo creo que, primero, lo que necesitamos son instituciones que velen para que la corrupción no sea fácil. Segundo, haber planteado la fantasía de que friendo, como se decía, a cuatro peces gordos se terminaba la corrupción es un mensaje equivocado, y no estoy defendiendo a ningún pez gordo de la corrupción. Lo que hay es una corrupción sistémica presente a muchísimos niveles y eso demanda algo institucional (…). Tampoco nos demos golpes de pecho y nos flagelemos diciendo: tenemos un ADN inscrito de corrupción, dejadez, etc.
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En ese contexto, ¿qué expectativa tiene sobre la generación del bicentenario?
Esta generación tiene posibilidades muy interesantes pero también tareas muy grandes y complicadas. La primera es cómo transforma un momento ciudadano en un gran proyecto ciudadano. Yo, alguna vez, he usado lo que parece un juego de palabras pero no lo es: “La generación del bicentenario ha tenido un momento destituyente”. Destituyó a quien no la representaba y probablemente no representaba a un vastísimo sector de la ciudadanía. En este momento, ellos tienen que pensar en un momento instituyente. ¿Cómo instituyen ese diálogo que necesitamos para, luego de un largo proceso instituyente, pensar si podemos pasar a uno constituyente, que es cuando la ciudadanía reflexiona sobre qué es lo que necesita. Lo más importante que puede hacer la prensa es pedir a la ciudadanía calma y reflexión, y saber que la apuesta por gobernar este momento histórico de nuestro país es tan difícil como lo fue a los próceres de nuestra independencia; es una situación que requiere vocación y heroísmo, no rollos y promesas.
¿El bicentenario debe ser un punto de quiebre para nuestra sociedad?
Sería ideal que fuera eso, pero, al menos, que sea un punto de reflexión que permita una transformación radical de nuestra manera de pensarnos como sociedad.
Si tuviera al Perú en el diván, ¿qué le recomendaría?
En el diván no recomiendo. Le cuento. Cuando un paciente viene a la consulta, cree que yo sé cómo puede salir de su problema. Lo único que sé es que no sé qué es lo que tiene, pero sí sé que él sabe lo que le pasa, solo que no sabe que sabe lo que le pasa. Entonces, en mi consulta ayudo al paciente a saber lo que sabe aunque no sepa que sabe lo que sabe, suena a un trabalenguas. El paciente se hace una profunda introspección y se mira sin ninguna distorsión en el espejo, y si además de eso excava en su historia para darse cuenta qué hitos de ella lo hicieron ser como es, él solo sabrá cuál es su respuesta. La respuesta la tenemos que construir todos, no hay expertos que valgan; es una tarea de nuestra sociedad que ha mostrado la capacidad de enfrentar adversidades y no solo sobrevivir, sino salir muchas veces más fuerte de aquello que la conmovió con violencia y terremoto. Que nuestra sociedad sepa que aquello que se dijo a los inicios de la república: el Perú firme y feliz por la unión es la gran aspiración, y para eso insisto en el diálogo, la conversación, el respeto mutuo, el intentar ver por qué la otra persona piensa como piensa y no simplemente descalificarla. Eso es algo que tiene que transformarse.
DATOS:
- Max Hernández Camarero es doctor en Medicina, psicoanalista y secretario ejecutivo del Acuerdo Nacional. Tiene, además, varios libros publicados, como Entre el mito y la historia: psicoanálisis y pasado andino y Memoria del bien perdido: Identidad, conflicto y nostalgia en el Inca Garcilaso.
- “Yo me considero un hombre poco dado a discriminaciones, al racismo y, sin embargo, si exploro con precisión psicoanalítica, sí pues, tengo resabios limeñistas, centralistas y probablemente discriminatorios pese a los esfuerzos que hago por no sentirlos”, afirma en entrevista con Perú21.
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