(Javier Zapata/Perú21)
(Javier Zapata/Perú21)

La terraza de la Tiendecita Blanca vibra con el pulso estresado del final del día citadino. En una de sus mesas, el psicólogo, filósofo y curioso amateur ausculta precisamente ese nervio inflamado, conflictuado y polarizado del ciudadano peruano. Estos tres factores, junto con los antivalores que nos adornan, siguen siendo los principales enemigos de la posibilidad de una felicidad nacional.

Jorge Yamamoto: “Hay cojudignos, cojupráctivos y los que se hacen los cojudos”

¿Hay algo que nos haga felices a todos los peruanos?

Hay una felicidad por encima de la línea de base. Se trata de cierto sentido de progreso un poco cínico, porque no importa que el resto se muera o que meta la uña, pero si mi familia y los míos progresan, ya está. Hay algunos más grotescos, como Los Cuellos Blancos del Callao, otros más elegantes, el choro fino. Un común denominador es el interés por la familia, incluyendo a los aliados de esta.

¿Hay también denominadores comunes de infelicidad peruana?

Definitivamente. Están concentrados en ciertos antivalores y el mayor de ellos es la envidia machetera. Tiene ese sentido familiar, amical, argollero, pro mafioso. Entonces, cuando uno de los nuestros progresa, me siento feliz, pero, si es de fuera de ese ámbito, me siento miserable. Pero ahí no queda.

Entro en la fase verbal, que es el raje. Usando un sentido de inteligencia social perversa, capturamos defectos, los mezclamos con realidades y devaluamos el mérito del otro. Luego de la fase del raje entramos a la parte conductual e invertimos esfuerzo, y a veces dinero, en impedir o evitar o sabotear el beneficio ajeno.

¿Hay antídoto para eso?

En un inicio pensábamos ingenuamente que se podía eliminar la envidia, pero, revisando la literatura evolucionista en una especie social compleja como la humana, el progreso ajeno representa la reducción de la probabilidad de tu propia mejoría. Entonces, es una reacción natural la envidia. Pero hay variantes. Hay una envidia progresista, que es la que hemos encontrado sistemáticamente en el valle del Mantaro. Cuando otro huanca progresa, uno se siente miserable. Pero hay unos tres grados de diferencia que después generan un kilómetro. Ellos dicen yo también puedo, y dejan de concentrarse en el individuo y su energía no la dedican a chancarlo, sino a ver cómo la hizo, para replicarlo.

¿Esa envidia tiene que ver con lo sucedido con el restaurante Central?

Ese es el deporte nacional. Machetear. Es la reacción visceral. Uno, en vez de aprender, trata de destruir. En Ecuador hay un dicho bien ilustrativo, porque esto no es solamente peruano. Le dicen “el jaloneo”. Ellos dicen que, cuando todos los ecuatorianos vamos igualitos, estamos bien, pero, cuando alguien se adelanta, hay que jalonearlo.

Los valores materialistas se imponen…

Obviamente que la plata es necesaria. Acá nadie está proponiendo la pauperización ni el comunismo posmoderno y pastrulo. Pero, cuando la plata deja de ser un recurso y se convierte en un fin, cuando implica que si yo tengo más plata que otro me siento superior y con derecho a basurearlo, tenemos un problema. Eso acaba en el “no sabes con quién te estás metiendo”. Tú no tienes el carro que yo tengo, tú no tienes el trabajo que yo tengo, las cochinadas esas que aparecen. Se han estudiado sujetos de alto y bajo materialismo en Estados Unidos. Se ha encontrado que son menos felices, pues sus relaciones son más instrumentales. No tienen amigos, tienen aliados. Y tienen menos salud física y mental. En Lima hay una suerte de pragmatismo muy acomplejado. Es de ese materialismo que basurea al sereno, al policía, presente tanto en la clase económica alta como en la clase económica C1, el peruano desubicado.

¿Qué se entiende por “peruano desubicado”?

Uno está ubicado cuando uno tiene la autoestima correcta. Esto es conocer con cierta precisión tus pros y contras, aceptándome tal como eres. En contraste, el acomplejado no va a tener un conocimiento muy claro de sus pros porque los va a inflar, y mucho menos de sus contras porque los va a ocultar.

Luego viene el de la autoestima inflada; ese es el más bravo. No le entran balas, no recibe críticas. Se junta con sobones. Se ubica en puestos importantes, especialmente en sectores públicos. Tenemos un sistema de lo más antimeritocrático porque, si hay alguien competente, lo expulsa.

Estás describiendo al político peruano promedio.

Esos son peores.

Pedro Castillo (AFP)
Pedro Castillo (AFP)

Sin embargo, el electorado sigue votando por ellos o, en todo caso, lo hace por oposición a algo que consideran peor. Ahí tienes a Castillo y a Keiko.

Vamos primero al psico-ecosistema. Dentro de él se ubicaría el fujimorismo. Se dice que el peruano no sabe elegir. Pero creo que el problema es la falta de opciones. ¿Cuántos peruanos vamos a la cola de la votación dudando entre si los lanzamos a los vagones del tren o nos entregamos a los torturadores?

La democracia es lo mejor que hay, quitando el resto, como diría Churchill. Pero tiene un sistema de selección paupérrimo.

Ahí ya estamos fritos. Porque ahorita con unas chelas podríamos hacer una lista de quiénes son competentes y honestos. Pero a ver quién de ellos se mete a la política... Entonces son atraídos por ella los que tienen intereses. ¿Cuál es mi siguiente paso en mi carrera narco, de pesca negra, etc.? Tener poder político. El reclutamiento es perverso. Atrae a lo peor de la sociedad.

¿Keiko está signada a ser una constante que convoca para algo peor?

Pone en oferta la opción del mal menor. No tan menor, como se ve luego. Esto tiene que ver con el conflicto y la polarización.

Lo primero es la percepción, que en castellano es la evaluación de qué tan buena o mala es esa persona. Esto tiene un cachito de la realidad, pero hay otros factores más importantes: ¿cómo te identificas con un candidato?, ¿cuáles son tus odios latentes?, ¿cuáles son tus valores?

A eso se le suma una segunda fase en la percepción.

Una vez que tú estableces una actitud con una persona, especialmente cuando hay una relación afectiva (y eso explica las relaciones de pareja y por qué la especie humana no se ha extinguido), empiezas a subrayar las características de la persona coherentes con tu mentalidad y ensombreces las contrarias.

Keiko Fujimori. (GEC)
Keiko Fujimori. (GEC)

Keikolovers y Castillolovers…

Y, si te atacan por serlo, te polarizas y ahí comienza el diálogo de sordos, que es lo que estamos viendo en el mundo, en el Perú. Eso explica que hay gente que vota sistemáticamente por Keiko a pesar de todos sus chancays, así como hay gente que votaría de nuevo por Castillo, a pesar de todos sus chancays.

¿Cómo romper esa polarización?

Técnicamente, es bien simple. Si nosotros encuestáramos a los peruanos y le quitamos el rollo político, estaríamos todos de acuerdo en tres o cuatro cosas: salud, educación, bienestar.

En cómo hacerlo es cuando comienzan los problemas, porque podría hacerse según una visión de derecha o de izquierda, aunque estos términos se quedan cortos para explicar el fenómeno peruano, como se ha visto en las elecciones.

Una vez que empiezas a entrar en detalle, se complican las cosas. En ese detalle le prestas atención a la forma, a un lenguaje, a una vestimenta y a una identidad. Porque ya no es el discurso de Castillo, sino es la vestimenta, la representación, el sombrero, el acento. Inversamente, PPK ya no va a ser PPK, sino su color de piel. Ahí tenemos una competencia entre cosas incorrectas, que es lo que los marketeros políticos mañosos manipulan.

¿Por qué sucede que en colectividades educadas, sin carencias materiales, no reaccionan ante evidentes planes de desestabilización?

Uno de los procesos psicosociales claves para entender al Perú y para resolver nuestros grandes problemas es ver que todos vivimos una misma realidad, pero la interpretamos no solamente de forma diferente, sino de manera opuesta. ¿Por qué? Porque traemos valores diferentes. Entonces, las personas que tienen valores más humanistas de la vida van a ver una noticia y se quedan pegados con lo humanista. Además, hay que sumarle a eso la organización que ha habido en este conflicto. Porque la forma como se ha transmitido eso está sacada de un manual de inteligencia cubana. Tiene mucho ensayo-error, está muy muy pensado, está prepiloteado y todo lo demás.

Hay otras personas que tienen valores más de logro, de progreso y ven una dificultad frente al desarrollo y se quedan pegados con eso. Ahí se genera una actitud, pero, cuando la actitud tiene ya un odio, implica que vamos a subrayar todos los aspectos negativos del grupo al cual odiamos y vamos a ocultar los aspectos positivos de ese grupo. Y el otro hará lo mismo.

Entonces, naturalmente, ocurre un diálogo de sordos.

Uno le dice al otro ‘oye, ¿pero no ves que están muriendo?’. Y no lo escucha.

Y el otro le dice ‘oye, ¿pero no ves que están retrasando el desarrollo?’. Y no lo escucha.

Más bien, se genera más ceguera y más odio, y así se polariza el Perú. De un lado están los llamados cojudignos, del otro los cojuprácticos, y al medio una gran mayoría que temen que les digan fachos o terrucos, entonces optan por quedarse callados. Entre cojudignos y cojuprácticos están los que se hacen los cojudos.

Esa actitud tampoco ayuda, porque te adaptas. Esa es la palabra trágica, la adaptación a un sistema perverso.

Hay que rebelarse a la polarización entonces.

Y a la adaptación a la zona de confort, porque todo el mundo ya se acomodó a eso. A ponerse de perfil.

Se presume que la pandemia empeoró todo aún más.

Se ha encontrado un aumento de la depresión en 5.5 veces. El chongo es que la depresión tiene –contraintuitivamente– un incremento en la reactividad violenta. Como tu cerebro está en modo de emergencia, eres más achorado. Ese achoramiento no solamente es reactivo, sino es cognitivo. No piensas, reaccionas.

¿La corrupción generalizada incide todavía más?

Hicimos un estudio de valores en el tercio final de la pandemia. Descubrimos que la envidia machetera había mutado en algo así como salir adelante, pero “como sea”. Y ese como sea no era poca cosa, porque vimos que se le perdió el respeto a la familia extendida, como si tuviéramos licencia para hacer la cochinada solapa.

En el inicio de la pandemia, el premier Ceballos tuvo la amabilidad de escucharnos. Dimos la alerta de que podía haber unas reacciones violentas que podrían desestabilizar el país como consecuencia de la ansiedad, la depresión, la falta de recursos y los antivalores. Hasta cierta parte dijimos ‘felizmente nos equivocamos’, pero era cuestión de tiempo.

En esa atmósfera de puntos ciegos y polarización, un producto político como Bukele entra caminando.

Con altísimos niveles de aprobación y con esa sensación de que en estos entornos latinoamericanos caóticos esa es la salida. El riesgo de que salga un Antauro recargado, de cualquiera de los dos polos, está ahí. Lo más grave y lo más peligroso es que va a concertar aprobación.

¿Quién nos salva entonces? ¿Tiene que volver Gareca?

Una opción, aunque muy poco probable, es que se forme un comando de gente competente y honesta y a tiempo completo, no que no sea su hobby, porque te vas a tener que inmolar. Van a ser héroes. Que se junten y que hagan un buen programa y que tengan mayoría en el Congreso y que sea un buen ejecutivo. Y ahí se recicla todo. Técnicamente es bien simple, ¿no? Ahora que se junte ese grupo…

Es más fácil que vuelva Gareca. Esa utopía de pensar en un plan nacional de formación de valores de mediano o largo plazo. ¿Es un sueño imposible?

Llevo más de una década impulsando esa idea. Tuve mi fase de optimismo, mi fase de necedad y ahora estoy en mi fase de no deprimido. Sigo pensando que es posible, pero, o sea, a la hora de proponerlo, la gente así, bacán. Cuando ven las implicancias, se paran en seco.

Durante Rusia 2018 vivimos una ilusión pasajera. ¿El fútbol es el opio del pueblo?

Ni apio ni opio. Creo que es un shot de pisco de chacra. Buenazo, pero requiere mucha cabeza, tiene su alcohol metílico. Entonces, te metes un par de shots y estás así ‘¡guau!, todo es bacán. ¡Viva el Perú! ¡Sí, se puede!’; pero después te viene el bajadón. El fútbol tiene que comprenderse como un antidepresivo.

Si tú tomas un antidepresivo y no cambias tu entorno, tu vida, no reestructuras tu rutina, no te va a servir de nada. Probablemente, te genere una adicción y te complique más tu problema. Pero, si te tomas un shotcito para darte energía, para limpiar la acequia, para luego cambiar de estrategia, ya es otra cosa.

¿Qué consejo le darías a Juan Máximo Reynoso?

Que el verdadero mundial se juega en el Perú. Empieza por algo simple como respetar la luz roja hasta algo complejo de no solamente criticar la cochinada, sino no hacer la cochinada. Yo no apuesto, es una metáfora, pero hubiera apostado dinero a que nunca ocurriría lo que ocurrió: que el Perú, un país recontrafaltoso, machetero, envidioso, acabara siendo reconocido campeón mundial de la barra más cívica del planeta. Eso es evidencia. Y eso está bueno.

“El optimismo inteligente tiene que partir del realismo”

Acabas de exponer a los jóvenes de CADE Universitario. ¿Cuánto espacio queda para el optimismo?

El optimismo inteligente parte de un realismo. Tenemos que darnos cuenta de lo recontra complicados que estamos y ver soluciones razonables. Y aferrarnos a ello para no deprimirnos con la esperanza de poder salir adelante.

En primer lugar, les he advertido de los tremendos enemigos ocultos en el entorno. Hay gente que más o menos es competente, que tiene buenas intenciones, pero que tiene un rollo raro. No me hagas decir nombres. Hay en ellas un tipo de narcisismo que no es aquel del ¡ay, qué bonito que soy! Es un narcisismo espiritualista en donde la persona se quiebra con la realidad y se cree santo, elegido. En esa ruptura con la realidad necesita mucha retroalimentación, es algo enfermizamente. Se ha descubierto que estas personas narcisistas tienden a publicar más y darse más auto likes.

Al final todo gira al servicio de su ego y va a haber un momento, más temprano que tarde, en el que va a destruir una organización y va a destruir el país. Va a haber una sobre concentración de esos sujetos postulando al mismo tiempo.

El otro tema son los valores…

Cuando tenemos una sociedad con un nivel de crisis de valores muy elevado, ocurre una paradoja: hiper agudizamos el ojo, vemos todas las pajas en el ojo ajeno, pero nos volvemos ciegos respecto al tronco en el propio ojo. Sale una noticia de corrupción y decimos ¡maldito, hay que quemarlo! Y estoy con mi celular robado.

Otro problema es que hay gente de todos los ámbitos, inclusive grupos empresariales, que tienen buena intención, que están poniendo de la suya, no solamente de sus empresas sino la suya. Dedican su tiempo para intentar resolver las cosas, pero el problema es que esto es solo su hobby o en su tiempo libre, que es super valioso. ¿Pero con quiénes se está compitiendo? Con delincuentes y organizaciones criminales a tiempo completo. Ahí ya pierden.