“Lo que ha creado el agotamiento de un modelo es la binarización”, explicó Carmen McEvoy en el Hay Festival de Arequipa. “En las redes, tú eres malvado y yo soy santa. Esa superioridad moral no hace bien, porque ideológicamente podemos no estar de acuerdo, pero deberíamos estar de acuerdo, por ejemplo, en poner una posta médica. Hay que lograr la ‘sociabilidad republicana’, como la llamaban los fundadores de nuestra república. Es poder dialogar sin tirarnos las botellas de agua por la cabeza”. Mientras la gente aplaude, tuitea. Y la dinámica bipolar vuelve a dividir a la falsa ágora 2.0. “En el pensamiento griego uno podía ser bueno y malo. Los griegos no están contaminados por el pensamiento judeocristiano; entonces, no hay una teleología, no hay Dios ni eternidad, viven el aquí y ahora, sus dioses están locos y ellos solucionan sus problemas. No hay esta utopía de un mundo perfecto, tanto la cristiana como la marxista. Quizá haría bien en desprenderse de eso”.

Así es la historiadora viva más importante del país. No solo es una autora prolífica, sino también últimamente una editora ambiciosa. Solo en el último año ha coeditado La Guerra del Pacífico: 1879-1883 (IEP, 2023), con Gabriel Cid; La historia del Perú de Juan Basilio Cortegana (BNP-BBVA, 2023), con Marcel Velásquez; y Funerales Republicanos en las Américas (Crítica, 2023), con otros 11 autores: Carolina Guerrero, Ana María Stuven, Gustavo Montoya, Klaus Gallo, Manuel Socías, Cristina Mazzeo, Rebeca Villalobos Álvarez, Fernán Altuve-Febres, Juan Carlos P. Lupú, Alejandro San Francisco y Nancy Sloan Goldberg.

FUNERALES REPUBLICANOS EN LAS AMÉRICAS. La publicación se presentará oficialmente en la Feria del Libro de Miraflores el próximo 9 de diciembre.
FUNERALES REPUBLICANOS EN LAS AMÉRICAS. La publicación se presentará oficialmente en la Feria del Libro de Miraflores el próximo 9 de diciembre.

“Quizás hay que volver a cierto municipalismo que plantea la primera generación”, sugiere. “La república de Rousseau era Suiza; era pequeña y manejable. Quizá en este momento de tránsito necesitamos volver a esa matriz”.

En el reciente Hay Festival habló de la tendencia a lo apocalíptico a la hora de hablar de la democracia. Dijo que hay que darle crédito a esta democracia maltrecha. ¿Por qué entonces sentimos que estamos peor?

Porque hemos soportado, y seguimos haciéndolo, el derrumbe institucional, además del económico y del sistema sanitario que dejó a miles de peruanos a su suerte. Si no hubiera sido por las redes familiares, amicales y barriales, que son las que finalmente siguen operando hasta la fecha, exhibiríamos el doble de muertes por COVID-19. Mientras, el responsable directo vive en el mundo de los peluches y de la negación permanente. Patético, por decir lo menos. A pesar de la ineptitud, la ignorancia y la corrupción rampante, hay un Perú fuerte que responde siempre y de manera creativa, y lo hace con trabajo y con esperanza. No son apocalípticos ni mucho menos porque deben sacar adelante a sus familias. Agregaría, además, que de cara a los desafíos que se nos presentan la democracia maltrecha debe ser revaluada y repensada, en términos de su rol a favor de la ciudadanía. No hay derecho, por ejemplo, a que el esfuerzo de años de familias trabajadoras les sea arrebatado en un minuto por las bandas delincuenciales que ahora, ante la ausencia del Estado, controlan las calles del Perú.

Dijo que “construimos instituciones desde sus bases, con el ensayo y error. Pero la gente está acostumbrada a la inmediatez de las redes”.

Esa idea del ensayo/error viene de José Faustino Sánchez Carrión, quien sostuvo, hace más de doscientos años, que la república era un experimento, en el tiempo largo. Esa generación de republicanos, muchos de ellos provincianos como el gran Toribio Rodríguez de Mendoza, apostaron por la piedra angular de la república y ella era la municipalidad. La reconstrucción de nuestras instituciones deberá partir de ese lugar, que, si bien en este momento se encuentra muy contaminado por la corrupción, fomentará una república no solo descentralizada, sino atenta a su extraordinaria diversidad, que es nuestra mayor fortaleza. Si me lo permiten, les recomiendo a los jóvenes que se alejen un poco de las redes y se involucren en la política de sus respectivos distritos y localidades. Defendiendo el bien público en términos de salud, educación y protección de la naturaleza y el medio ambiente en sus propios barrios.

También comentó en Arequipa que “hemos llegado a los límites de la deshumanización, lo que demanda un cambio de paradigma. Reformular las humanidades y la humanización”. Esto a propósito de la ola de violencia que vivimos, donde matan por un celular. Pero en su columna usted interpela ese caos a través del arte: Cohen, Saramago. Poco saben que usted es melómana y rockera.

Crecí en una casa muy musical. Mis padres escuchaban desde valses hasta tangos, pasando por óperas. No es una casualidad que mi nombre se refiera, también, a sus gustos musicales. Acompaño mi día a día con música, en especial mis caminatas diarias que, como dices, son rockeras, tanto de los 70 como 80 y 90. Cohen es uno de mis cantantes (yo le diría bardos) favoritos. Un gran poeta que pronosticó lo que estamos viviendo. Una deshumanización escalofriante donde ese milagro llamado vida es absolutamente descartable. Lo que muestra que el desafío no es solo institucional, sino de sociabilidad y más aún de sensibilidad, ahora prácticamente inexistente, ante el sufrimiento y el dolor ajeno.

La falsa dicotomía absoluta de las redes pretende dividir la humanidad entre mala y buena. Esta crispación es barrial, nacional, internacional y transoceánica. ¿Tiene solución? Hay un desinterés global por el sentido común. ¿No estamos acercándonos a la necesidad de un apagón digital a manera de desintoxicación psicológica?

Exacto. Por eso mi idea de volver a las Humanidades, a la lectura de los clásicos, que, vale la pena recordarlo, fueron recuperados por los monjes medievales, entre ellos los irlandeses, en el momento más oscuro de la civilización occidental, cuando la peste, el hambre, la guerra y las invasiones bárbaras azotaban Europa. Con sus luces y sus sombras, los griegos siempre tienen algo interesante que contarnos y a veces vale la pena desconectarse de los celulares para escucharlos.

Bukele en El Salvador, Milei (o Massa) en Argentina, Trump regresa, el desastre en Gaza: las señales son inciertas respecto al futuro mundial. ¿El contexto actual requiere paciencia o resignación?

Muchísima paciencia, sentido común, solidaridad con el que sufre y esperanza porque, al final del día, la vida usualmente encuentra resquicios por donde seguir dando la pelea. Siempre recuerdo la desolación dejada en los bosques australianos luego de ese incendio apocalíptico, de hace algunos años, y unas flores moradas pequeñas dando cuenta de que la vida siempre busca la manera de expresarse hasta en los momentos más desoladores. Y eso conmueve y obliga a seguir “para adelante”, como decían nuestras mamás.

En la reedición de Los funerales republicanos en las Américas: tradición, ritual y nación (Crítica, 2023) explica que el proyecto republicano debía estar ligado como cualquier proyecto político a las emociones para lograr una legitimidad en la identidad colectiva.

Es evidente que, como en cualquier rito mortuorio, los funerales, en este caso los que pretenden homenajear a los Padres Fundadores de las jóvenes repúblicas, apelan a las emociones, instalándose, además, en el fértil territorio de los sentidos. Sin embargo, y tal como ocurre en cualquier iniciativa de corte estatal, los funerales son parte de un proyecto político con cierto nivel de abstracción; esto es validar y fortalecer a la administración de turno. En esta colección de rituales, excepto el de Víctor Hugo que él deja organizado, se nota la clara necesidad de construir la noción del cuerpo nación a través del usufructo del cuerpo físico y el legado del muerto. Lo que va acompañado de un claro intento de unir a la comunidad, en torno a un ritual tan atávico como el del entierro. Pienso que los ejemplos más interesantes de esta colección son los de los “cuerpos peregrinos” que, como el caso del Mariscal La Mar, regresan del exilio (Costa Rica) para encontrarse con los deudos/ciudadanos que le rinden tributo y una calurosa bienvenida al “hogar nacional”.

Usted dice que “son las fiestas cívicas o los funerales de Estado, los que van envolviendo a una comunidad bajo el manto de las emociones y no de los argumentos racionales”. ¿La muerte de Bolívar es la muerte de la figura del gran padre?

Si bien las emociones están muy presentes, no hay más que leer los discursos exaltados a lo largo de la ruta ferrocarrilera que traslada a Bernardo O’Higgins de Valparaíso a Santiago; existen argumentos racionales, entre ellos el de la reconciliación nacional o incluso entre facciones enfrentadas a muerte. La necesidad de apelar al perdón y al olvido ocurrirá en casi todos los casos. Resulta muy poderoso el símbolo del “padre” (obviamente, no hay madres) que regresa a restablecer el orden mediante la curación de viejas o nuevas heridas. Como es el caso de los liberales mexicanos que, aprovechando el funeral de Benito Juárez, nuevamente se congregaron alrededor de la causa común de un partido que dio la batalla por una serie de reformas, entre ellas la secularización del Estado. De ahí la necesidad de un funeral estrictamente cívico como el de Francisco de Paula González Vigil, analizado también en nuestra colección. Respecto a la pregunta sobre Bolívar como el “gran padre”, esa es la idea que se repite en buena parte de estos funerales, la del padre que regresa a recordar los orígenes pero también las jerarquías del orden republicano.

Explicando el funeral de Bernardo O’Higgins, analiza la reconciliación chilena con el fin de consolidar la unidad política a partir del personaje, héroe y antihéroe a la vez.

Efectivamente. O’Higgins es acusado de todos los delitos imaginables poco antes de ser deportado al Perú, entre ellos el crimen de los hermanos Carrera. Esa fase del antihéroe tiene que ver con serias acusaciones, así como también con los aspectos autoritarios de su administración, que despertaron las iras de la poderosa fronda chilena. Sin embargo, a inicios de 1860, Benjamín Vicuña Mackenna será el vocero de la vuelta de los restos del Padre Fundador, redimido por un largo exilio que, es bueno recordarlo, el Perú amortiguó con la cesión de una Hacienda, la de Montalván, que le permitió tener una vejez digna al hijo del exvirrey. A diferencia de muchos veteranos de la independencia, que murieron en la miseria más absoluta.

En menos de un mes será la efeméride de la Batalla de Ayacucho. ¿Cómo deberíamos llegar al Bicentenario de 2024?

A estas alturas no creo que lleguemos a la altura de su significado histórico, ya que todo es improvisación en un gobierno que vive en modo supervivencia. Sin embargo, es la sociedad civil tanto ayacuchana como también cajamarquina, trujillana, y de todo el Perú, la que debe prepararse para celebrar una batalla decisiva, donde confluyen una multiplicidad de columnas guerrilleras de provincias, como lo narra el celendino Basilio Cortegana en su invalorable Historia del Perú, que recientemente publicamos con el apoyo del BBVA. Sin Ayacucho no habría sido posible lograr la libertad sudamericana. En 1824, el corazón de los Andes peruanos fue el punto de encuentro de una serie de nacionalidades junto a una tropa conformada por soldados nuestros, cuyos nombres fueron olvidados ante la poderosa figura de Sucre y los grancolombianos. Tenemos una deuda pendiente con los contingentes del Batallón Perú, comandados por el Mariscal La Mar, que, espero, sea pagada con respeto y reconocimiento.

¿A qué intelectual vivo, peruano o extranjero, está leyendo con admiración o al menos con curiosidad?

Ahora estoy leyendo con admiración La libertad democrática de Daniel Innerarity, luego de terminar El nuevo espacio público, también de él. Tengo por empezar, con curiosidad, El Horizonte: Conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica y Liberalism Against Itself: Cold War Intellectuals and the Making of our Times, de Samuel Moyn.