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Hoy recordamos la tragedia que enlutó al pueblo de Áncash hace 59 años
En 1962, Ranrahirca, una ciudad ubicada al pie del Huascarán, fue arrasada por un aluvión causado por un inmenso bloque de hielo desprendido del nevado, que bajó devorando campos, pueblos y vidas.
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El 10 de enero de 1962, se produjo este desastre natural que prácticamente desapareció la ciudad de Ranrahirca, un alúd con deslizamiento de hielo y rocas en el pico norte del nevado Huascarán (Áncash), debido a un aumento rápido de las temperaturas.
La masa de hielo recorrió 16 kilómetros a una velocidad de 120 km/h, desde la montaña más alta de Perú, el Huascarán, de 6.757 metros; y en tan solo 4 minutos la mezcla de piedra, hielo y rocas llegó al fondo del valle.
Ese día desaparecieron cerca de 4000 habitantes y se borraron del mapa los pueblos de Ranrahirca, Shacsha, Huarascucho, Yanama Chico, Matacoto, Chuquibamba, Caya, Encayor, Armapampa y Uchucoto. En esa oportunidad el alud pasó a un kilómetro y medio al sur de la antigua ciudad de Yungay y a un Km. al norte de la Ciudad de Mancos.
Después del alud de 1962 una ola de cientos de inmigrantes llegaron a Yungay desde distintos pueblos y provincias cercanas porque lo consideraban “La ciudad más segura del Callejón de Huaylas” . La Provincia realizo un enorme esfuerzo autofinanciando la ampliación de la infraestructura y servicios para los nuevos vecinos y cuando recién se reponía del alud del 1962, sucedió el sismo alud del 1970.
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La gente pensaba que los desastres tenían su origen en causas antinaturales que desencadenaban fuerzas terribles. Pero pasó el tiempo, los avances de la ciencia y la mejor comprensión de esas fuerzas desviaron la responsabilidad de los desastres hacia “La Naturaleza”, considerándola como algo externo a los seres humanos, de carácter salvaje e inclemente cuando descargaba su “furia”. Luego se comprendió que la naturaleza no es malvada a ratos y maravillosa de ordinario con las comunidades que osan habitar sus predios. Actualmente, la visión del origen de los desastres se ha enfocado sobre nosotros, los hombres y mujeres que pretendemos “conquistar” todos los rincones del planeta, haciendo caso omiso, de que en algún momento la naturaleza actuará, sin maldad alguna, encontrándose con nuestras ciudades y poblados justo en el campo de acción de sus fuerzas más intensas. La principal estrategia para motivar a los miembros de una comunidad a unirse en un único y frontal compromiso de autoprotección, defensa y conservación del hábitat es: educar, informar, aleccionar sobre los motivos de los fenómenos potencialmente destructivos, y de las principales estrategias de prevención, alerta y respuesta a las contingencias y emergencias y capacidad de rehabilitación y reconstrucción de los posibles daños.
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Siempre es positivo para una sociedad, con tendencia al olvido, recordarle hechos, datos y consecuencias de fenómenos naturales que se convirtieron en desastres y que han dejado una huella imborrable para una generación.
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