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Redacción PERÚ21

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Juan José Garrido,La opinión del directorComo toda gran metrópoli, Lima recibe sus 479 años en medio de una heterogénea realidad. Prevalecen, según los sondeos de opinión, la inseguridad, el caótico tránsito, el indomable ímpetu constructor, la economía informal y la cultura regulatoria del Estado, la transgresión de las pocas áreas verdes, entre otras; y todas ellas –por supuesto– alentadas por una multiplicidad de culturas y formas de entender los espacios públicos y privados.

Lima no es la ciudad que todos quisiéramos, ni mucho menos. Pero es también una ciudad amable, querible, deseable. Su historia, reflejada en su arquitectura precolombina, virreinal y republicana; sus costumbres y creencias, sus secretos artísticos y su pasado culinario, sus anhelos y desasosiegos. Lima es eso y muchos más; de lo que queda la sensación que tenemos más por hacer que por criticar.

Lo primero a entender es el crecimiento vertiginoso de la urbe durante el siglo XX. De cerca de 200,000 habitantes en 1900, el último conteo del INEI (2014) calcula cerca de 8'700,000 habitantes. Y el ritmo no está bajando: para los Juegos Bolivarianos 2019, Lima contará casi 9'450,000 habitantes. Esta es, sin dudas, la principal amenaza que enfrentamos dada la precariedad de nuestras instituciones, estamentos gubernamentales, infraestructura y cultura ciudadana.

Dicho crecimiento, basado en su gran mayoría en las migraciones –del norte, sur y centro del país– a partir de los años sesentas, ha traído consigo una compleja realidad social, económica y política.

El principal resultado de dicho crecimiento se refleja en las diferencias de densidad poblacional entre los distritos; entre Surquillo y Ancón, los distritos con mayor y menor densidad poblacional, el ratio es 219 a 1. Estas diferencias se traducen, a causa del hacinamiento, la infraestructura física e institucional, así como las oportunidades de empleo, en grandes diferencias sociales y económicas. Diferencias que se están reduciendo, por cierto; empero, hacen de Lima un crisol de irreductible complejidad: albergamos una inmensidad de diferencias y en múltiples dimensiones, lo cual hace –sin dudas– que las soluciones sean todo menos sencillas. La lógica "una talla para todos" ni funciona ni funcionará. No tenemos cómo resumirnos, cómo adjetivarnos, sin caer en una generalidad tortuosa.

De ahí, tal vez, que nuestras opciones políticas hayan transitado de la partidocracia tradicional a los cacicazgos locales. Lo que evoca un problema ya señalado por diversos expertos: Lima está gobernada por 48 alcaldes, la gran mayoría de ellos con coaliciones políticas y sociales que impiden la coordinación con pasadas administraciones y con sus pares distritales.

Nuestro último sondeo Pulso Perú trae consigo un análisis de la metrópoli y de la actual gestión. La aprobación, como vemos, sigue con una clara tendencia a la baja (16%), la cual responde a una percepción muy negativa sobre la actual gestión (94% consideran al gobierno municipal como malo o regular).

La alcaldesa considera que no ha cometido errores; no sólo eso, que la masiva desaprobación es producto de una campaña mediática. Creemos, con todo el respeto, que está equivocada: la desaprobación está ligada a las promesas incumplidas, la pobreza de sus obras y acciones, la distancia entre las necesidades de los sectores más pobres y las principales preocupaciones ediles (condecorar a cualquiera que pase por Lima, hacer politiquería con obras y espacios públicos, entre otras).

Lima merece mucho más de lo que estamos haciendo por ella. Y esa es una labor de todos quienes vivimos en ella. Seamos actores de cambio; eso parte por exigir a los próximos candidatos a la alcaldía un plan de obras e ideas respecto a las principales preocupaciones ciudadanas. Siendo este año electoral, preocupémonos por los grandes retos, y dejemos de lado las ideologías.