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Vito y Pérez, el ying y el yang

“Así como Peréz declamó su canto onanista e inútil, Mark Vito, limitado por la frontera natural, emitió lo que la insignificancia podría consignar como su primer mensaje a la nación”.

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Existe el día porque existe la noche. Existe el frío porque existe el calor. Existe Lucía Galán, existe Joaquín Galán; existe Pimpinela. El complemento entre opuestos que se retroalimentan explica la dinámica entre contrarios que superficialmente se repelen, pero a un nivel profundo se requieren el uno al otro para existir.
Los eventos judiciales que suceden estos días podrían estar definiendo un nuevo juego de opuestos entre dos que son uno. Este novedoso binomio estaría conformado por José Domingo Pérez, fiscal, y Mark Vito, de profesión influencer nadie sabe de qué.
Cada cual, en ámbitos paralelos y aparentemente antagónicos, han sabido destacarse por medio de un lenguaje común: el del exceso y la falta de sindéresis. Esta vocación natural por el derrape los hermana en paralelo. Cuando uno se desborde en un sentido el otro lo replicará con igual intensidad desde la vertiente contraria. Un juego infinito de cuerdas paralelas que genera la atracción propia de los polos magnéticos opuestos.
Mark Vito debe ser la persona más próxima a la definición de un meme humano. Pero no hay que apresurarse: Es temprano para saber si esa disolución de la identidad personal al servicio del ridículo rentado de las redes es algo positivo o negativo. Tal cómo se va descomponiendo la sociedad moderna, volverse un meme ajeno a la conciencia reputacional de antaño acaso sea la cúspide adaptativa del darwinismo digital. Mark Vito apunta al futuro de la humanidad, para beneplácito de las cucarachas.
Pero Mark Vito, además de meme, es sacrificio. En un país signado por la presencia virtuosa de extranjeros que han vivido y amado este país como si fuera el suyo, Vito es la oveja negra que encarna la suma cero, sacrificándose a favor del mayor lucimiento del resto y facilitando el movimiento del escalón valorativo de los mismos. A su lado, la querida Gringa Inga queda como Max Uhle, alemán descubridor de la cultura Moche.
Por su parte, la estela del doctor José Domingo Pérez se vio inicialmente favorecida por la descomposición violenta de una sociedad moralmente quebrada. Entre los escombros y desguaces políticos, el acelerado fiscal surgió como depositario de una urgencia de refundación, impulso que la desesperación hizo poco exigente. Dame lo que hay. Meter a alguien a la cárcel, más allá de si se hiciera de manera justa, convertía al carcelero en héroe instantáneo. El imperio de lo punitivo.
Eso duró un tiempo. Durante el mismo las muestras de devoción al personaje llegaron a terrenos colindantes al fan zone y a la grima, aquello que los jóvenes refieren con el anglicismo de cringe. Pérez era infalible, eterno, presidencial y cósmico, aún a pesar de que daba ya señales de que a su bicicleta se le salía la cadena con demasiada facilidad.
Pero pasó el tiempo y nada pasó. La supuesta contundencia de una acusación arropada en la superioridad moral empezó a desmoronarse como un castillo de naipes que había prometido un rascacielos. Inclusive quienes habían colaborado con honesta albañilería en levantarlo empezaron a aceptar que ese edificio carecía de cimientos que no fueran los de la militancia y la politización. Siete años después de iniciada esa investigación no pasó nada. O peor aún, pasó el reinició de lo mismo.
Diecinueve veces se corrigió la acusación fiscal financiada con dinero público. Si un banquero quiere darle su dinero privado a un candidato que solo sabe perder, es su problema. La falta de juicio no es delito. El tema es la evasión tributaria, tanto de quien da y de quien recibe. Pero el odio es ciego, es narcisista, vengativo antes que justiciero, y ha estado abrazando la pata del elefante pensando que se trataba de un árbol.
Se irán seis años y dos mil testigos en el callejón sin salida de una acusación sin futuro. Ese tiempo servirá el propósito de lucir un chaleco antibalas para proclamar peroratas de alguien que está encandilado por su propia voz y por lo adjetivos antes que por las pruebas. Queda claro que el fiscal odia a Alberto, a Keiko, a Kenji, al tractor y al difunto Puñete, que el país lo sepa. Gracias por seguir victimizándolos. Justicia peruana, prepárate para un deslucimiento público prolongado e imprevisible.
Y prepárate para el parto de los montes que brotará de este este chirriante espectáculo político-judicial. Mark Vito, el influencer sin influencia que se recarga con los epítetos de la justicia que dice requerirlo.
Así como Peréz declamó su canto onanista e inútil, Mark Vito, limitado por la frontera que la naturaleza impone, al salir de la segunda audiencia del caso Cocteles emitió lo que la historia de la insignificancia podría consignar como su primer mensaje a la nación. Durante los próximos e inútiles seis años, la sentencia final de Vito vivirá en lo más íntimo de su perseguidor fiscal:
En conclusión, la fiscalía ha angañao la población y ha malgastao miones de soles de presupuesto público persiguiendo a mi por las webas. (sic)
Luego se fue a chapar con su novia, joven dulce e incauta que aún no conoce el peso del arrepentimiento.
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