/getHTML/media/1238503
Rubén Vargas sobre inseguridad: "Se necesita inteligencia no estado de emergencia"
/getHTML/media/1238497
Gilmer Meza de Sutep Lima: "Ministro de Educación -Morgan Quero- debería de renunciar"
/getHTML/media/1238485
Alfonso Bustamante CONFIEP sobre inseguridad: "No hay liderazgo, hay ineficiencia"
/getHTML/media/1238306
Mariana Costa de Laboratoria habla sobre sus encuentros Obama y Zuckerberg en La del Estribo
/getHTML/media/1238304
Los mejores libros del siglo XXI según The New York Times | Biblioteca de Fuego
/getHTML/media/1238303
¿Cementos y fútbol femenino? Gabriel Barrio de Unacem en Marcas y Mercados
/getHTML/media/1238207
118 mujeres han sido víctimas de feminicidio en lo que va de 2024
/getHTML/media/1238198
Lo último: allanan la casa de 'Chibolín'
/getHTML/media/1237508
Hugo de Zela sobre viaje a EE.UU.: "Se intentó explicar al Congreso, pero Dina no quiso"
/getHTML/media/1237506
Abraham Levy: "Hay mucho desinterés sobre los incendios forestales"
/getHTML/media/1237484
Darío Sztajnszrajber, filósofo: "Aprendamos a vivir el amor también con sus sombras"
PUBLICIDAD

Hasta La Victoria, Chachi

“Si vieras mi casa llena de libros –como tu oficinita en donde nos escondíamos a fumar tabaco negro Gitanes francés–, creo que te verías aquí sentada”.

Imagen
Fecha Actualización
El miércoles tomaba un café y conversaba largo en casa de una amiga cuando le llegó un mensaje que ella leyó atónita: “Se murió Chachi”. Por algunos segundos hice mi mejor esfuerzo por contener un río de lágrimas que me brotaba desde las tripas; aguanté. Hablamos luego sobre Chachi Sanseviero y de cómo había influido en Lima, sus lectores y su cultura. Sobre la falta que nos haría. Luego, arrastrando cierta pena, cambiamos de tema.
No recuerdo cuándo conocí a Chachi. Recuerdo haber estado en El Virrey de Dasso con mi abuelo algunas veces y otras muchas con mi padre.
Luego iba solo. Mucho. Demasiado. Quizá cientos de veces. Al comienzo correteaba entre los anaqueles llenos de libros que no entendía o trataba de atrapar a Tilsa, la gata que por allí andaba. Y así, con la voz cada vez más ronca de Chachi crecí. “Siéntate de una vez niño, que tenemos que conversar”. Por supuesto, acataba.
El resto de la tarde traté de pensar en otra cosa, en no sufrir, en entender que así es la vida y en trabajar. Así, fui –como todos los días– al canal por la avenida Arequipa en La Victoria, acompañado por radio Filarmonía –que Chachi me enseñó a escuchar– y por esa voz sintética del Waze que dirige los destinos de uno. Al cruzar la Javier Prado, el aparatito me dijo: “Gire a la derecha en soledad”. Y –mierda– no pude más. Tuve que estacionarme. ¿Cómo no me despedí de ti?
Si vieras mi casa llena de libros –como tu oficinita en donde nos escondíamos a fumar tabaco negro Gitanes francés–, creo que te verías aquí sentada. Hablándome de por qué Trotsky no fue, explicándome qué quería decir Vallejo en Trilce, mandándome a leer los Tristes de Ovidio. Y queriéndome. Abrazándome cuando me sentía demasiado solo y me escapaba a tu mundo maravilloso de libros que huelen a mi vida, a ti y a tu café demasiado cargado.
Me enseñaste a leer, a conversar y a escribir. Me sentaste a escucharte hablar de poesía con Mario Montalbetti antes de que yo sepa quién era. Y a escucharte discutir con Ampuero, Tola y Szyszlo. No sé cómo hiciste que a los 15 años termine conversando con Chomsky. Me enseñaste a saber quién soy.
Pero me enseñaste la que quizá fue la lección más importante de mi vida: si lees, nunca estás solo.
Chau, vieja renegona. Te quiero como tú sabes.
TAGS RELACIONADOS