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Nos quitaron el miedo
“He escuchado a muchos hombres decir que la denuncia de acoso contra el congresista Lescano ‘no es para tanto’, llamar feminazis a las mujeres que alzan la voz”.
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El día que millones de mujeres ya no necesiten salir a las calles a gritar por sus derechos, podremos hablar de igualdad. Criar hijas en Perú es una batalla frustrante. Queremos que sean libres, que se vistan como quieran, que se corten el pelo como les dé la gana, que se pinten la boca si eso las hace sentir más guapas, que administren sus placeres sin presiones. Personalmente me nace transmitirles que su libertad es intocable, y lo hago. Pero luego hay que advertir demasiados peligros que contradicen todos esos derechos, como si, en el fondo, algo anduviera muy mal con ser mujer y no dejarse aplastar. Porque tarde o temprano arremete el macho latino dispuesto a arrinconarlas por “perras”. Y entonces esa libertad que hemos defendido como leonas necesita una letra chica, una explicación por si las cosas no salen como merecemos, un “sé tú misma, pero ten cuidado porque este es uno de los países más machistas del mundo y tarde o temprano van a ofenderte, atacarte, pero tampoco creas que todos los hombres son así, hay hombres buenos…”. Agotador discurso que me ahorraría, si no fuera urgente.
He escuchado a muchos hombres decir que la denuncia de acoso contra el congresista Lescano “no es para tanto”, llamar feminazis a las mujeres que alzan la voz, minimizar cientos de años de dominación. He visto, desde niña, a hombres masturbándose en la calle (no solo meando, bueno fuera), y los sigo viendo, a plena luz del día, como quien ejerce un derecho. He visto a sacerdotes juzgar, como sucios, comportamientos naturales en el desarrollo sexual de las niñas (nunca de los niños). He escuchado a doctores opinar sobre mis antojos en el embarazo, los kilos que subía, los cambios hormonales, he visto la cabecita de mi hija mayor asomar para salir de mí, reflejada en los lentes de un perfecto desconocido que me amenazaba con “cortarme si no ponía de mi parte”. Hoy no elijo por nada del mundo a un ginecólogo hombre, porque considero que no es natural ponernos en sus manos. Qué sabe un hombre acerca de lo que siente una mujer durante la menstruación o los embarazos, da igual que haya estudiado en la mejor universidad del mundo o que tenga las mejores intenciones. Nadie podría haberle enseñado qué sentimos, porque la única manera de aprenderlo sería sentirlo. Y (por supuesto) llevo años pensando que no debo escribir esto porque los ofendería, pero hoy siento que ya no me importa su susceptibilidad, que ya no me importa ser radical, exagerar hasta que deje de ser necesario, jalar la soga hasta que se enderece. Nos han quitado tanto, que nos quitaron el miedo.
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