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En qué mundo vivimos

“La única diferencia entre él y otros niños es que Kevin no habló, ni cantó una canción para pedir unas monedas, ni trató de vender frunas”.

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Algo en su interior rechazaba este mundo acelerado y ruidoso. Solo salía de su casa, con su papá, al hospital donde hacía sus terapias, subían a un transporte público y Kevin (9) viajaba mirando por la ventana. Amaba el agua, como muchos niños con autismo, quizás la inmensidad donde el bullicio y la presión social se vuelven nada.
El 28 de diciembre, su padre salió a la bodega y dejó la puerta entreabierta, sin imaginar que Kevin saldría y se subiría a un bus de la empresa Norlima que se trasladaba de San Martín de Porres a Magdalena. Digamos que Kevin subió pensando que le tocaba ir a terapia y que su padre se había olvidado de llevarlo, digamos que una discusión entre adultos lo alteró y buscó la esquina más solitaria del bus, digamos que la cobradora se acercó a él, haciendo sonar sus monedas, exigiéndole que pague, digamos que volteó a ver quién se responsabilizaba por él, digamos que nadie pagó por Kevin y que a nadie le importó por qué estaba tan solo. Finalmente, la única diferencia entre él y otros niños es que Kevin no habló, ni cantó una canción para pedir unas monedas, ni trató de vender frunas. ¿Por qué tendría que llamarnos la atención ver a un niño moviéndose solo dentro de esta inmisericorde ciudad?
Su padre intentó denunciar el hecho en la Divincri de Los Olivos, pero le dijeron que había que esperar, entonces fue a la comisaría, pero no había gasolina para buscar al niño, y tampoco había ganas, ni leyes que protejan a los niños, o probablemente estaban pegados al televisor con las pataletas de Beteta o las amenazas de Chávarry, o chateando para organizar la siguiente juerga, entre Navidad y Año Nuevo, fiestas de amor y paz.
La cobradora lo obligó a bajar en el último paradero (un niño sin monedas no es un ser humano), llegando a Magdalena, y Kevin caminó hacia el malecón, atraído por el mar, bajó solo, pero nadie notó su presencia, llegó a una playa solitaria de piedras, se quitó la ropa y se lanzó a las olas. Una mujer lo vio entrar solo al agua y, al ver que no salía, llevó la ropa del niño a la comisaría de Magdalena, pero esta división no había tomado conocimiento de que el padre de Kevin lo estaba buscando con desesperación, de modo que no avisaron a ninguna otra institución. No se había activado la alerta para personas desaparecidas. Cinco días después, los oficiales de salvataje de la Policía encontraron su cuerpo y su padre lo reconoció. Para entonces, las redes sociales ya lo habían masacrado moralmente, todos somos Kevin, bla, bla.
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