No sé si alcanzamos la vacuna pronto, ni si salimos bien de esta. El futuro es el tiempo de la incertidumbre. Incluso tratándose de la muerte, que sabemos que de todas maneras vendrá, no sabemos ni cuándo ni dónde ni cómo. Para calmar la angustia, las religiones antiguas crearon los cielos, paraísos post mortem si nos portábamos bien. Los griegos y los romanos masificaron el producto con sus oráculos, que permitían a cualquiera preguntar por su futuro. Las respuestas venían encriptadas como acertijo. El arte estaba en la interpretación. El peregrino se aferraba a la que más le gustaba, pero, cuando ocurría el futuro, se interpretaba de tal manera que el acertijo siempre se cumplía.

Los sueños también sirvieron. Un caso famoso fue el del faraón del antiguo Egipto. Soñó que siete vacas flacas se devoraban a siete vacas gordas. José interpretó que se trataba de cosechas buenas seguidas de malas. Recomendó almacenar el superávit de la abundancia para cubrir el déficit de la escasez. Su interpretación se convirtió en una máxima en economía. La sabiduría popular la convirtió en refrán: guarda pan para mayo. Miles de años después, el futuro se aborda de otro modo. Habrá circunstancias que no se pueden evitar o que ignoramos, pero el futuro puede ocurrir dentro de algunos márgenes predecibles. La preocupación y el trabajo han ocupado el lugar de los antiguos oráculos. Podrá haber incertidumbre, pero ya no angustia.

El problema de estos días es que el futuro no preocupa. Ha sido desplazado por lo inmediato. En política, la polémica no es de ideologías, sino quién consigue más votos por ofertas imposibles. Es el precio de haber hecho una reforma electoral a la mitad. En economía, el debate no es de modelos ni de esfuerzos por conciliar intereses. Se apuesta a quién gana a quién. Es el precio de haber creído que podíamos vivir solo de fortaleza macroeconómica y, a punta de bloquear carreteras, nos tiramos abajo proyectos e inversiones. En servicios públicos se lo dejamos al mercado y, al final, la calidad fue de quien pudo pagarla. Es el precio de haber confundido que un Estado pequeño debe ser un Estado débil. La epidemia nos abrió los ojos, el Estado ha tenido que salir al rescate.

Pero el futuro llegará y nos toca trabajar para poder predecirlo en los márgenes posibles. Elegiremos presidente y congresistas en abril. Pero hay reformas pendientes de todo tipo. Mantener lo que funciona. Transformar lo que no. Ponernos de acuerdo antes. Actuar desde ahora, sin perder más tiempo. No podemos esperar a abril.

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