(Foto: Andina)
(Foto: Andina)

El Premio Nobel de Economía ha sido concedido a tres economistas (una parisina, un indio y un norteamericano) que llevan 20 años trabajando de forma intensa y práctica contra la pobreza global. Como destaca la nota del Banco Central de Suecia, que es la institución que otorga el premio, es una respuesta al trabajo del equipo de expertos “por su aproximación experimental al alivio de la pobreza global”.

Son más de 700 millones de personas las que ostentan el dudoso honor de ser pobres. De ese número, es un dato inobjetable que la pobreza, como el medio ambiente, se ceba principalmente en las mujeres.

No sé si por el hecho de que está involucrada una mujer en este equipo –dicen que tenemos mentalidad práctica– o por una evolución en sus estudios, lo que más llama la atención del trabajo de los premiados es su propuesta de soluciones prácticas, a veces intuitivas, pero científicamente contrastadas.

La pobreza se ceba en dos terrenos: la educación y la salud. El que nace pobre, y sobrevive a su condición, se desarrollará con dos lastres: mala educación y peores condiciones de salud. Las estadísticas son contundentes: cada año mueren más de 5 millones de niños que hubieran sobrevivido de haber tenido la posibilidad de recibir tratamiento sanitario preventivo.

Los pobres no invierten en medicina preventiva. Y los estados pobres, cuando lo hacen, suelen “curar”, no “tratar”. Esos estados invierten, con fines más publicitarios que pedagógicos, en programas de alimentación o libros gratis en las escuelas. Los galardonados han demostrado que por ahí no va la solución. La solución puede estar al alcance de la mano, si se estudian científicamente las causas y sus efectos.

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