El Departamento de Estado de EE.UU. acusó a Daniel Ortega llevar una "campaña de terror". (Getty Images).
El Departamento de Estado de EE.UU. acusó a Daniel Ortega llevar una "campaña de terror". (Getty Images).

Lo que está ocurriendo en Nicaragua es aleccionador para aquellos que todavía piensan que la solución para los problemas de los países latinoamericanos pasa por volver a los autoritarismos totalitarios anteriores a la caída del Muro de Berlín.

El presidente Daniel Ortega se hizo famoso como un líder del sandinismo, el grupo guerrillero que derrocó a un tirano casi ya de caricatura como Anastasio Somoza. Pero, a la vuelta de los años, el otrora revolucionario Ortega, después de haber trasegado, de distintas maneras, el poder en Nicaragua, ha terminado convertido en un grotesco tirano tan sanguinario y corrompido como el que contribuyó a derrocar.

Con el consabido discurso de “gobernar para el pueblo” a través de elecciones de dudosa legalidad, medidas de tinte populista y un Estado que, de ser el centralizador de las inversiones, ha pasado a ser un gran aparato policiaco de vigilancia y represión a cualquier manifestación de disonancia con el régimen, Ortega está llevando a la ruina a su país y a lo que queda de su democracia.

Este dictador modelo siglo XXI se vale de la engañifa de mantener un remedo de democracia para atornillarse en la presidencia de su país. Luego de copar las principales instituciones de Nicaragua a base de prebendas, el dictadorzuelo está decidido a alargar su mandato amordazando la libertad de prensa y encarcelando a los líderes de la oposición –ya van 13 personalidades– bajo acusaciones amañadas. Todo esto con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina.

Con el país prácticamente aislado de las economías occidentales –sus únicos aliados son naciones como Corea del Norte, Irán y Rusia– y la baja en las encuestas, no hace mucho una protesta masiva de estudiantes puso en jaque al gobierno, que respondió con ferocidad, aunque más tarde tuvo que recular firmando acuerdos que, desde luego, ha incumplido. Y se teme que la violencia tenga un rebrote en las próximas semanas.

Esos son los riesgos de este tipo de regímenes. En el Perú, un 50% votó justamente contra ese peligro. Si al final se confirma el avance del conteo de votos de la ONPE, corresponderá a Perú Libre despejar las dudas o confirmar los temores. En cualquier caso, la ciudadanía y la prensa deberán estar alertas.



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