Tilsa Lozano, Magaly Medina, Gisela Valcárcel... ¿Por qué no se dan un abracito?

¿Cuánto rating generará la ausencia de conflictos y miserias?
¿Cuándo rating generará la ausencia de conflictos y miserias?

Me tiene un poco preocupado (poco, no exageremos) las trifulcas que sostienen en la TV nuestras divas frívolas del faranduleo. Ver a tan regias damas que podrían ser mi… ejem, mis hermanas, lanzándose exabruptos, insultos e improperios como verduleras (perdón por el sexismo y todavía más por el clasismo de esta expresión común), maltratándose verbalmente como rufianes de tres al cuarto (aquí ya no estoy obligado a disculparme), me duele sinceramente.

Tal vez resulte machista lamentar el ver a tres señoras de tal empaque, hechas a sí mismas y con marcada personalidad, exhibirse acompañadas de tamaño desfogue lenguaraz. Si fuesen hombres, no me molestaría tanto. Me perturba seriamente que mi reacción suponga asimismo un enfoque discriminatorio para la mujer. Pero cuando imagino a mis padres, me siento más cómodo visualizando a mi papá en un arranque violento, furioso y malhablado que a mi dulce mamá. Esa es la verdad, decir otra cosa sería mentir.

Yo entiendo que la pelea es la sal de la tele. Que nadie quiere ver concordia ni buen rollo en los invitados a un set. Y que Magaly necesitaba urgentemente un subidón de rating. Tanto más cuanto que yo mismo contribuí a buen seguro, con mi impopular consigna de "haz el amor y no la guerra", al desplome de la audiencia en su penúltimo programa. Pero de ahí a tener que asistir a tan bochornoso panorama de descalificaciones y afrentas…

Cuando rememoro tan virulentos enfrentamientos, tantos escupitajos y tortas arrojados a la cara en forma de ponzoñosas declaraciones televisivas y twits, recuerdo un incidente del que fui testigo hace cosa de un año en un bus del Metropolitano de Lima. Dos señoras, de la misma edad aproximada que las mencionadas pero sin un cirujano en su vida, comenzaron a mentarse la madre en pugna por un asiento vacío. La disputa subió de tono a tal grado que todos los pasajeros mirábamos al piso, la cabeza gacha y colorados cual tomates, avergonzados por el mal genio y el vulgar verbo de esas dos pasajeras.

Pero como siempre hay alguien valiente incluso entre la más cobarde masa (de la que yo, lo confieso, formaba parte sin decir esta boca es mía), de pronto un muchacho veinteañero interrumpió risueño en el altercado, con voz conciliadora pero no exenta de aplomo:-Vamos, cállense ya y amístense, que no es para gritar así. ¿Por qué no se dan un abracito?

Todos los presentes estallamos a reír sin poder evitarlo, ante aquella bendita intervención que ponía un poco de sensatez y por tanto punto final a tan desagradable pleito: las dos señoras, en efecto, callaron, conscientes al fin del patético papelón interpretado hasta entonces ante un público involuntario.

Y el viaje pudo proseguir en la mayor armonía. Pues eso hago yo ahora, formular dicha petición desde esta tribuna, aun a riesgo de que el rating se hunda a profundidades abisales…Queridas Tilsa, Magaly, Gisela… ¿por qué no se dan un abracito?

Por Hernán Migoya

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