(Getty)
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Tocaba poner el dedo sobre la llaga. Aunque duela, era hora de que desde el MEF se reconociera algo tan evidente como que “el gran problema del Perú es que todavía la gente no vale lo mismo”.

Que la ministra Alva lo haya dicho, así, con todas sus letras, en entrevista a El Comercio, es una ruptura de los paradigmas rígidos y distantes a los que el todopoderoso MEF nos ha tenido acostumbrados. No me sorprendería que haya sido la primera persona a cargo de ese sector en haber dicho esta verdad sistemáticamente obviada.

Poner a la gente en el centro de las políticas, los análisis, las tablas de Excel y los indicadores económicos es la única forma de no olvidar que el trabajo del MEF debe centrarse en las personas y no solo en los grandes números con una aproximación macro y general.

Los indicadores macroeconómicos son necesarios, pero son insuficientes para medir las miserias y la discriminación por las que pasan cientos de miles, si no millones, cada día. Por eso nuestra república está inconclusa: es una en la que no todos son ciudadanos plenos. Entre otras cosas, somos un país que ha normalizado una de las segregaciones económicas, sociales y raciales más profundas. Parafraseando a la ministra Alva, pensemos, por ejemplo, en la cobertura que hacen los medios a lo que sucede en San Isidro versus lo que ocurre en otros lugares de Perú. Pensemos también en el trato que recibe el que se ve como capitalino versus el que se ve como andino. O el que parece tener una billetera cargada versus el que no. Es sintomático que haya más gente dispuesta a proteger a los dueños de universidades empresa que a las universidades públicas, o a un club privado antes que a un parque con acceso libre y gratuito.

La transformación del Perú pasa por eliminar ese lastre.

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