Ola y contra ola en Bolivia. (Foto: AFP)
Ola y contra ola en Bolivia. (Foto: AFP)

El primer “golpe” a la institucionalidad política fue el de Evo, forzando la Constitución para reelegirse. Luego, presionando al TC para pasar por encima de un referéndum que él mismo convocó –y perdió– buscando una nueva re-reelección. Como Fujimori. Como Chávez. Finalmente, vició el conteo oficial de votos delante de los veedores internacionales. El régimen plurinacional había legitimado de forma sistemática el rasgado de las reglas constitucionales. Karma. Boomerang.

La renuncia de Morales vino después de tres semanas de manifestaciones populares contrarias y crecientemente destructivas. Tan destructivas como las de sus seguidores, convocados por el propio presidente en defensa suyo. Si los militares se pusieron de lado a pesar de haber sido abiertamente favorecidos por el régimen en los últimos años es porque, muy probablemente, hayan evaluado que la explosión popular no tendría punto de retorno. Tampoco fueron las cabezas policiales las que quitaron su respaldo al presidente primero, sino las diversas bases policiales que, acaso por ósmosis, terminaron plegándose a la desobediencia civil. En vez de “golpe”, jalada de alfombra.

No es verdad que las manifestaciones hayan sido únicamente de derechas. Analistas bolivianos destacan que la protesta callejera también fue protagonizada inclusive por jóvenes masistas, además de diversas organizaciones de base que fueran aliadas del régimen. La crisis viene luego de un progresivo proceso de desgaste político de Evo. Obviamente sus opositores estaban esperando la oportunidad. Pero, por otro lado, se debe tomar en cuenta que el discurso democratizador del régimen generó nuevas expectativas que su manejo político traicionó. Cosas que ahora parecen obvias: el culto al caudillo, la cooptación de líderes sociales por el Estado, los beneficiosos pactos mutuos con la burguesía agrícola del sur, la polarización del discurso étnico, entre otras tantas cosas.

La crisis actual, una repetición del juego político que caracteriza al país hermano desde hace mucho (recuérdese que Evo encabezó en 2005 las manifestaciones que obligaron a Gonzalo Sánchez de Lozada a renunciar). Cuando se siembra polarización, se cosecha múltiples violencias. No es gratuito que la presidenta interina, y el líder más radical de las protestas, tengan un discurso conservador y retrógrado. Ola y contra ola. Una vez más.

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