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Lescano y la ausencia de empatía ciudadana
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Por los argumentos que ofrece y su comportamiento errático ante los cuestionamientos, Yonhy Lescano parece responsable de acoso sexual. En vez de clarificar las cosas, intenta desviarlas apelando a su capital político antiaprofujimorista. Es cierto que eso le sirve ante una parte de la tribuna, pero no ante el sentido común del resto de ciudadanos. Cuando concluyan las investigaciones judiciales, sabremos si hay evidencias para probar que, efectivamente, Lescano acosó a la periodista apoyándose, además, en el poder de influencia que le confiere su estatus de autoridad política.
Algo que muchos no comprenden es la necesidad de proteger la identidad de las víctimas de violencia sexual. Peor aún, les parece inequitativo o sospechoso. Para entenderlo bastaría con observar cómo se viene tratando este asunto en las plazas y las redes sociales. A partir de noticias, miles de personas ofrecen de forma tajante su veredicto: que ella era su amiga, que no le puso el pare, que consentía la picardía, que le puso una trampa, que por algo no da cara. Son proyecciones, unas más agresivas que otras, que inventan las piezas faltantes del rompecabezas imaginado. Así, las víctimas no solo enfrentan el sufrimiento que su desgracia les infringe sino que encaran todas las otras condenas sociales que la comunidad les imputa. Un horror.
Ciertamente, durante el debido proceso, la denunciante no es anónima. El acusado y su defensa conocen su identidad. Pero a ella se le asigna, después de la evaluación respectiva, un código para protegerla de las filtraciones que pueden darse hacia la opinión pública. Esa ágora donde reina la ausencia de empatía y cada quien, lejos de ponerse en la situación de la víctima, se apresura en dictar cómo debió comportarse ante la situación traumática. Ese foro donde se compite por demostrar potestad en vez de comprensión y carácter antes que raciocinio. Esa vitrina en la que unos y otros aprovechan para cosechar a favor de su postura política o su interés corporativo. Otro horror. Y así, en esta tormenta de opiniones, olvidamos el drama de una víctima que demoró en presentar su verdad por temor a convertirse, precisamente, en la piñata de la opinión pública.
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