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¿Por qué, alcalde Castañeda? ¿Por qué?

“Ya sabemos que el señor tiene una obsesión indecente por firmar ‘sus’ obras, aunque después se haga el loco cuando la obra se raja o desploma”.

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Fecha Actualización
En Lima abundan inmuebles donde más de un vecino decidió “modernizar” las ventanas de su departamento. Solo las suyas. También se ven quintas donde cada quien decidió pintar el pedazo de su casa. Así, lo que antes era una unidad compartida, ahora es un collage sin armonía. Los ejemplos abundan: pasadizos donde cada quien tiene una puerta o reja distintas, calles donde la vereda pasa de cemento a losetas. Son atentados justificados por ese ciudadano que se siente con el derecho de velar exclusivamente por su fachada en desmedro de los espacios compartidos.
Algunos dirán, no juzgues tan rápido. Acaso uno deseaba mejorar su casa mientras que los otros no querían. O había una familia a la que le habían robado tantas veces que decidió protegerse sin esperar a los demás. Sea como fuera, se trata de individuos que reaccionan de forma parcial en espacios, por definición, comunitarios. Y con el tiempo, en la acumulación de urgencias y limitaciones, el resultado son estos barrios inseguros donde vivimos, pues la unión hace la fuerza y la fragmentación, vulnera. Este desorden espontáneo habla de nuestra ausente propensión hacia el espacio público. Desde San Isidro, sin duda, hasta Villa El Salvador y Carabayllo.
Digamos que en la época de la violencia y la hiperinflación, todos estábamos sobreviviendo. Sin embargo, no se entiende que ahora, cuando la ciudad crece y se renueva, sea un alcalde quien promueva estos ensimismamientos que atentan contra los demás. Peor aún si se trata del alcalde metropolitano. Castañeda no ha tenido mejor idea que levantar dos puentes en la Vía Expresa del Paseo de la República que no guardan relación con el resto de los 20 puentes. Ni en forma ni en color. Encima, son ridículamente desproporcionados para una avenida que ya es bastante ancha. Imagínense.
Ya sabemos que el señor tiene una obsesión indecente por firmar “sus” obras, aunque después se haga el loco cuando la obra se raja o desploma. También sabemos que sus construcciones nunca han tenido mayor sofisticación arquitectónica. Pero nada justifica este atentado contra el ya alicaído paisaje urbano de nuestra polvorienta y caótica ciudad. Su legado será la obra sobredimensionada, el mal gusto amarillento, la soberbia que no se apaga ni con el humillante e irreversible rechazo en las encuestas. ¿Elegiremos mañana a un alcalde que se dedique a solucionar los problemas de la ciudad en vez de dedicarse a firmar placas conmemorativas? ¿Aprenderemos?