Los abusos sexuales de 300 clérigos a más de 1,000 menores en Pensilvania parecen confirmar la tradición de la Iglesia católica de respaldar a los abusadores para salvaguardar su imagen institucional, antes que de proteger a las víctimas de la violencia sistemática que sus propios miembros han ejercido.
Las historias de ese millar de víctimas incluyen la violación a una niña de siete años mientras se recuperaba en un clínica tras una operación y la de un niño de nueve que le practicó sexo oral a un sacerdote que luego lo obligó a limpiarse la boca con agua bendita. A otros se les exigía tomar pastillas para que olviden lo ocurrido la noche anterior. Hubo un caso en el que cinco hermanas fueron violadas por un mismo sacerdote. También se registró a una niña obligada a abortar por el cura que la embarazó. La lista es larga y aterradora.
Esta es una investigación judicial en un solo estado de los 50 de EE.UU., ¿y los otros 49? Peor aún, ¿qué estará pasando en países como el nuestro donde la Iglesia parece estar eximida de críticas? No olviden el caso Sodalicio en Perú o el de 'La Familia' en Chile.
Evidentemente no todos los curas son así, pero es hora de que la Iglesia reconozca que como institución ha realizado un encubrimiento sistemático. No son solo manzanas podridas.
Quizá antes de insistir en ideas ficticias como la ideología de género, la Iglesia tendría que preocuparse por algo que sí existe: el abuso sexual dentro de su institución y la ausencia de una reacción mínimamente adecuada de sus líderes. Con más razón si parte de su financiamiento sale de nuestros impuestos.
*Mi respaldo al periodista Pedro Salinas, denunciado por el obispo J.A. Eguren luego de haber destapado los abusos de menores del Sodalicio y evidenciado el silencio cómplice del círculo cercano al infame Figari.