A poco de cumplir dos años con esta columna y haciendo un recuento de los hechos que semana a semana hemos cubierto, es una lástima no haber tenido espacio para discutir sobre políticas públicas, desarrollo y visión de futuro.
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En lugar de ello, nos hemos ocupado de inacabables escándalos de corrupción; de una legislación que, en lugar de desarrollarse sobre la base de las necesidades reales de la población, atiende únicamente la angurria de quienes legislan y buscan atiborrarse los bolsillos sin ni siquiera saber para qué; de ver cómo el derecho se aleja cada vez más de la justicia y quienes tienen en sus manos la facultad de ejercer esa justicia mercantilizan con ella traficando sentencias.
Y a ello se le suma esa nefasta vocación que hemos elegido de dividirnos como peruanos, de elegir bandos sobre banderas que no entendemos, ese afán de crear extremos como si en ellos encontráramos seguridad cuando solo generamos división.
Creamos nuevas etiquetas cada día solo para poder adjetivar a quien no piense como uno, en lugar de abrir por un momento nuestro esquema mental y evaluar la posibilidad de entender al otro, sus necesidades, sus motivaciones.
Ojalá tengamos una epifanía colectiva que nos muestre el camino hacia la consecución de una verdadera colectividad, que no es sino la única forma en que podemos salir adelante como un todo y no como una suma de partes. Ojalá iniciemos ese camino que destierre el racismo y el clasismo, que son el lastre y el ancla de este pequeño barco de 33 millones de personas.
Todo sigue estando en nuestras manos. En breve, nuevamente entramos en la etapa electoral que nos convocará para tomar decisiones importantes, y ahí estaremos, al pie de las urnas, decidiendo qué país queremos, demostrando quiénes somos. Me quiero tomar una pequeña licencia esta semana para dedicarle estas líneas al lector más importante que he tenido y que siempre me impulsó a la búsqueda de la justicia y el bien común, y que hoy ya descansa en paz. Un abrazo hasta el cielo, viejo querido.
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