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Sol, sol, solcito, caliéntame un poquito

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Al sol lo dibujamos amarillo y redondo, pero a las demás estrellas las dibujamos blancas y con cinco puntas. El calor que produce el sol lo sentimos por estar relativamente cerca. En cambio, las demás estrellas están tan lejos que las asociamos con el frío de la noche, que es cuando se dejan ver. Que las estrellas sean esféricas y generen calor es un hecho, que las dibujemos estrelladas y las sintamos frías es una percepción. El hecho está probado. ¿Hay error si la percepción es diferente? Para Platón una cosa es la realidad y otra su percepción, y planteó esa discrepancia en su famosa alegoría sobre la caverna. El conocimiento se alcanza en la esencia de las cosas, pero para llegar a ese punto, decía Platón, hay que despojarse de las sensaciones.
El conocimiento es esencial en la ciencia, allí solo importan los hechos. Si queremos administrar justicia también importan los hechos, no podemos mandar a la cárcel a nadie en base a percepciones. En cambio, si queremos ayudar a superar un duelo quizá solo debamos escuchar; o si queremos aliviar una enfermedad quizá sea suficiente un abrazo. En estos casos lo que importa son las percepciones.
El mundo de las políticas públicas es complejo porque es una combinación de realidades y percepciones. Si quiero medir el crecimiento económico o la reducción de la pobreza lo que mandan son los hechos. Pero la gente puede tener otras percepciones.
La encuesta Ipsos sobre el racismo, por ejemplo, muestra que la discriminación que más se sufre no es la del insulto sino la de la mala atención en los servicios públicos. Como en el vals, el rencor duele menos que el olvido. Ser ignorado duele tanto que importa poco si la economía va mejor.
Ocurre que a la política la estamos juzgando por los hechos y los hay para todos los gustos. El escándalo de la corrupción es un hecho. En el otro extremo, las violaciones de derechos elementales en la lucha contra la corrupción es otro hecho de escándalo, aunque con menos publicidad. Pareciera que la corrupción lo contagia todo y creemos que la gente odia a los políticos por esa avaricia que genera el poder. Pero la verdad es más simple, la gente odia la política porque no se ha preocupado de ella.
El bienestar no se mide en ratios sino en percepciones: cómo me defienden en la comisaría, cómo me atienden en el hospital y en cómo le enseñan a mi hijo en la escuela.
La política debiera ser medida también por las percepciones. De eso depende que aquí no se repitan las protestas brutales de otros lados.