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Siegfried Laske, el artista fracturado

Laske fue un artista cabal que se negó a someterse a las exigencias del mercado. Pintó lo que quería, sin preocuparse por el éxito.

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Fecha Actualización
Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y LetrasEscritor

A pesar de su aspecto europeo y de las resonancias germánicas de su nombre, Siegfried Laske (1931-2012) era un peruano a toda prueba. Es verdad que pasó más de medio siglo en Francia, hasta el fin de sus días, pero nunca dejó de estar pendiente de lo que ocurría en el Perú. Venía de visita de vez en cuando, ocasiones que aprovechaba para mostrar su trabajo pictórico y reencontrarse con viejos compañeros como Gastón Garreaud y Leslie Lee. Los tres pertenecían a una de las promociones de artistas más notables que ha dado el país, la denominada Generación del Cincuenta. Y, como muchos de sus integrantes, dadas las limitaciones de nuestro medio, emigraron a Europa para desarrollar su carrera. Algunos regresaron al cabo de un tiempo, pero Laske se quedó allí para siempre.

Sigfrido, como lo llamaban sus amigos, quiso ampliar sus horizontes desde muy joven. Nacido en Lima, a los dieciséis años se matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes, en el turno de noche. En 1951, a los veinte, viajó a Buenos Aires, donde estudió dos años. Luego se trasladó a São Paulo para una estadía de seis meses. Cuando volvió al Perú, se dedicó a pintar en la sierra durante una temporada y, en 1955, realizó su primera exposición en la Galería Lima. Poco después, partió rumbo a Roma y París, ciudad en la que fijaría su residencia definitiva.

Desde sus comienzos, Laske intuyó cuál era su camino. Si bien acusó la influencia del cubismo y de Klee, Kandinsky y Matisse, pronto emprendió una aventura creativa muy personal, ignorando las tendencias en boga. Se esforzó por borrar las fronteras entre figuración y abstracción, y recurrió a una técnica singular, el craquelado, lo que le permitió obtener una textura pictórica labrada con surcos, grietas y fisuras. Mediante estos acentos expresivos y su espléndido manejo cromático, Laske fue capaz de pintar composiciones que sugieren paisajes y que, a la vez, son estados del alma.

A menudo nos hemos preguntado si esa incidencia en las fracturas no era una manera velada y sutil de plasmar sus heridas. Porque, en cierto sentido, Laske estuvo escindido entre dos mundos. Vivía en París, pero pensaba en el destino del Perú. Le irritaba comprobar que los abusos e injusticias subsistían en nuestra sociedad. Antiguo comunista, perseguía una utopía que se hacía cada vez más lejana, y debió de sufrir un fuerte golpe con la caída del muro de Berlín. Ante todo, fue un artista cabal que se negó a someterse a las exigencias del mercado. Fiel a sus principios, se obstinó en pintar lo que quería, sin preocuparse por el éxito ni las ventas ni las lisonjas del público.

Debido a esa voluntaria marginalidad, su obra apenas se conoce en el Perú. Por fortuna, luego de su muerte, su único hijo haría todo lo posible por rescatar su valioso legado. Hoy, gracias a Karl Laske, podemos ver una excepcional muestra retrospectiva en la galería del ICPNA de Miraflores (complementada con un libro y una película), la misma que corrobora que Siegfried Laske era un artista mayor.