Si vas para Chile

“Aunque sus servicios públicos son los mejores de la región, su gente ha reclamado elevar el estándar y el nivel de los subsidios”.
(Foto: AFP)

La desigualdad profunda ha sido la explicación de lo que está pasando en Chile y la advertencia de lo que pudiera pasar en Perú. No es tan así. La paradoja del tráfico paralizado lo ilustra mejor. Imagine una cola interminable, nadie sabe bien qué pasa, bocinazos en todos los tonos. La gente aburrida sale de los autos a reclamar y a estirar las piernas. Indignación total porque el gobierno es una mierda. Incapaz de operar semáforos. La gente se hermana puteando. Nacen paciencia y amistades. Si la cosa hubiese demorado más, se habrían formado tertulias hasta cantar a coro, como en fogata. Al rato los autos empiezan a circular lentamente. Cada quien siente alivio. Todo va mejor. Pero en la pista de un extremo se avanzaba un poco más. En algún momento la pista del centro se paraliza de nuevo. Entonces los autos invaden otros carriles. Se genera un nuevo atracón. La frustración es mayor. Los amigos de antes se insultan ahora. Se calienta el ambiente. En el cuento se dice que hubo hasta muertos.

No es que en Chile se viviese tan mal. De hecho, como en el cuento, hubo paz social cuando las cosas estuvieron peor. Pero ver que a otros les va mejor puede generar más descontento. No obstante, la igualdad es utópica. El problema no es la distancia entre los que más y los que menos tienen. El reto es asegurar una vida digna a los que tienen de menos. Eso se logra con servicios públicos. El verdadero problema es precisar cuál es la calidad de tales servicios y si deben ser gratuitos. El tema se complica porque el estándar de calidad mejora con el tiempo y hay que ajustarlo permanentemente. Eso es lo que ha pasado en Chile. Aunque sus servicios públicos son los mejores de la región, su gente ha reclamado elevar el estándar y el nivel de los subsidios. El error político fue dejar acumular ese reclamo.

Entonces, el problema no es la desigualdad. Lo que rebela no es la riqueza, sino cuando ofende por ostentosa, avara y codiciosa. El rol social de la riqueza es pagar impuestos precisamente para financiar servicios públicos. El pacto social que se reclama exige ponernos de acuerdo en esos tres temas. Uno: qué nivel de impuestos cobrar para que haya incentivos para generar más riqueza. Dos: cuál es el estándar mínimo de calidad de los servicios públicos. Tres: cómo invertir los impuestos para prestar esos servicios públicos. La responsabilidad política consiste en administrar las mejoras permanentes de calidad. El arte de la política es evitar que los reclamos se acumulen hasta estallar.

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